Stayce

Su nombre real es Carmen, pero tiene mucho más impacto Stayce. Su rostro maquillado aparenta ser el de una mujer de 28 años, pero en realidad tiene 17. Sin las sombras que enmarcan sus ojos y el crayón de labios remarcado con un delineador más oscuro, su cara se endurece y las ojeras son notorias. Por más que intento que nuestras miradas se encuentren para ahondar más allá de las palabras, esto no sucede. No quiere verme, no quiere verse tampoco en el espejo y eso que lo hace todo el tiempo, cuando el ritual previo a su salida a la breve pasarela empieza, me lo dijo claramente.

“He pasado noches enteras con sus madrugas entre los besos y las manos de tipos con dinero, y sin embargo… no tengo nada”.

Cuando su voz se aclara y me dice eso, su mano baja de la mesa en la que se posan dos cafés americanos y una dona glaseada.

Stayce es una de cientos de adolescentes que son obligadas a prostituirse a plena luz del día o de los focos municipales, muy cerca de la Calle Montufar, en el centro y en muchos otros lugares de Guatemala.

“La gente me ve con desprecio, los clientes me tratan como lo que soy –una puta-, y yo misma siento que no sirvo, que huelo mal, como que estuviera podrida”.

“Cuando veo en las calles a otras mujeres de mi edad pienso, porqué no soy como ellas, porqué a mi no me tocó su vida, sino esta, de miseria, de golpes, de dolor….”

Pese a que en Guatemala existe la Ley Contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas, los explotadores trabajan con total libertad, explotan y secuestran incluso a niñas y adolescentes, porque las autoridades se hacen de la vista gorda ante lo que vemos todos los días y seguramente alguna de las personas vinculadas al cumplimiento de la ley frecuentan estos antros, violando además otros tratados y convenciones ratificados por Guatemala.

“Yo he atendido a gente que sale en las noticias y aparecen hablando de cosas que no hacen, porque hablan de moral, de justicia y eso no es así. Si hubiera justicia yo no estaría aquí lista para irme a bailar y acostarme con los clientes”.

Su voz se corta, quizá el llanto la detiene, así como yo la he detenido hoy en este café luego de que una conocida de un centro de salud al cual acude, la convenciera de contarme su historia. Y si tiene razón, no hay justicia, no hay moral. Cuando la veo pienso: ¿qué es lo que en este país se hace para romper los sueños e interrumpir la vida?, somos expertos en eso.

La Hora 29 de julio de 2011.

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