Papío

Justamente hoy hace 22 años, la terrible frase: lo siento, marcó mi existencia. El silencio me protegió de esos abrazos de consuelo que no eran tales, y mi mente empezó a bloquear todo lo que pudiera causarme tristeza, aunque igual el dolor, ese sentimiento de abatimiento, de soledad, de incertidumbre persistía.

No quería entender lo que ocurría, busque culpables –además de los que me persiguen en mis pesadillas- y fuiste tú a quien decidí reclamarle cada noche. Te tilde de traidor –y es que me dijiste muchas veces que siempre estarías conmigo-. Te acusé de abandonarme. Pensé que huir era más fácil que aceptar las marcas que deja la vida. Me encerré en mi misma, escondí tus fotos y te puse una flor roja sobre ese trozo de mármol en señal de protesta.

Pero nada de eso sirvió. El sonido de las balas, el rostro repugnante del sicario y a veces tu sonrisa, aparecían con las lágrimas que bañaban mi rostro justo a las tres de la mañana, aún a veces me despiertan.

Crecí, maduré quizá, busqué ayuda y pude regresar a tus cariños, tu mirada y tu voz. Nos reamigamos, volvimos a querernos, a conversar incluso en mis pensamientos. Te escribí poemas y respingaste la nariz de Inés. Te regalé flores blancas, incluso en Nochebuena y colgué tu guayabera de lucha -esa que sólo a ti podría gustarte- entre mi ropa, buscando tal vez tu olor, tu presencia, tu apoyo.

Pero tú no estás. Nada te trae hacia mí y me siento triste en medio de toda la dicha que hoy recubre mi vida. Te extraño. Me duele que no veas los ojos de mi chiquita, sí, así como tu solías llamarme. Que no puedas cantarle, que no puedas hablarme. Que no pueda olvidar aquel verso: Como quieren que tan pronto olvide el mal que me han hecho, si cuando me toco el pecho la herida me duele más. Del perdón al olvido hay una distancia enorme, yo perdonaré la ofensa, pero olvidarla… jamás.

Quisiera no sentir dolor en mi ser y me duele. Quisiera olvidar la cara de quien te quitó la vida y no puedo. Quisiera justicia y sé que nunca va a llegar.

Pd. Hablando del panorama electoral he de decir que el performance de Nineth Montenegro y su idea de legislar con pantalones me repele y me decepciona. Para hacer su trabajo las y los diputados no necesitan pantalones, faldas o tacones sino cerebro –inteligencia en realidad-, sensibilidad y honradez.

La Hora, 7 de julio de 2011.

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