Camino a occidente
Una de las vistas más lindas que han contemplado mis ojos, es ese camino, a ratos recto, a ratos curveado, que lleva hacia Occidente. Quizá ese es uno de los alicientes que me hace en ocasiones decidirme a largarme un rato de este espacio de concreto, humo, fast food, policías de tránsito, en donde por razones de pura necesidad, vivo, sobrevivo.
Los matices verdes, a ratos ocres contrastando con el cielo a uno y otro lado, las ventas de flores, de objetos de barro o de madera, las fruterías, todo se graba en la mente como un fresco armonioso, vivo, sugerente.
Así ha sido por años, tan sólo empañado en momentos como los actuales, en que la ampliación de carriles, la “mejora” de carreteras y el proselitismo lo ensucian, lo van difuminando, empañando, acabando.
Y nosotros mismos contribuimos a eso, tirando por la ventana de los carros y de los buses desde tuzas de un chuchito “porque son biodegradables”, hasta latas de aguas, bolsas de tortrix, botellitas de agua y todo aquello que ya no nos sirve.
Personalmente me enferma ver volar desde las ventanas, cual barriletes, todas estas cosas, hace poco de un auto tiraron un pañal desechable. Y luego, quienes venden en la carretera, que también tiran todo y dejan el espacio que ocupan para su venta como un pequeño basurero de camino.
Ni que decir de las camionetas que no sólo contaminan lanzando humo por sus escapes, sino que también bocinan, ponen el radio a todo volumen y cuyos chóferes manejan edemoniadamente sin importarles los accidentes que puedan ocasionar. Lo mismo pasa en Los Encuentros y Cuatro Caminos, cuando ya de pintorescas, las ventas callejeras han pasado a ser nidos de moscas, pisos de basura y espacios ahumados.
Con tan sólo un poco de conciencia de quienes venden, de quienes compran, de todos los que gozamos de ese paisaje y nos servimos de la naturaleza para nuestra subsistencia, todo sería distinto. Debería haber un control de caminos para multar a quien ensucie y a quien lo conduzca por permitírselo. Que el “progreso” que supuestamente trae mejores caminos, no traiga también más contaminación.
La Hora 29 de septiembre de 2011.
Los matices verdes, a ratos ocres contrastando con el cielo a uno y otro lado, las ventas de flores, de objetos de barro o de madera, las fruterías, todo se graba en la mente como un fresco armonioso, vivo, sugerente.
Así ha sido por años, tan sólo empañado en momentos como los actuales, en que la ampliación de carriles, la “mejora” de carreteras y el proselitismo lo ensucian, lo van difuminando, empañando, acabando.
Y nosotros mismos contribuimos a eso, tirando por la ventana de los carros y de los buses desde tuzas de un chuchito “porque son biodegradables”, hasta latas de aguas, bolsas de tortrix, botellitas de agua y todo aquello que ya no nos sirve.
Personalmente me enferma ver volar desde las ventanas, cual barriletes, todas estas cosas, hace poco de un auto tiraron un pañal desechable. Y luego, quienes venden en la carretera, que también tiran todo y dejan el espacio que ocupan para su venta como un pequeño basurero de camino.
Ni que decir de las camionetas que no sólo contaminan lanzando humo por sus escapes, sino que también bocinan, ponen el radio a todo volumen y cuyos chóferes manejan edemoniadamente sin importarles los accidentes que puedan ocasionar. Lo mismo pasa en Los Encuentros y Cuatro Caminos, cuando ya de pintorescas, las ventas callejeras han pasado a ser nidos de moscas, pisos de basura y espacios ahumados.
Con tan sólo un poco de conciencia de quienes venden, de quienes compran, de todos los que gozamos de ese paisaje y nos servimos de la naturaleza para nuestra subsistencia, todo sería distinto. Debería haber un control de caminos para multar a quien ensucie y a quien lo conduzca por permitírselo. Que el “progreso” que supuestamente trae mejores caminos, no traiga también más contaminación.
La Hora 29 de septiembre de 2011.
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