La nochebuena

Tenía muchos días preparando su partida a Guatemala. La Soledad, queda muy lejos, no hay camino, y para llegar hasta Huehuetenango debía caminar un trecho largo y tomar dos buses que a veces pasaban y a veces no.

El tramo es solitario y el clima muy frío, ni siquiera los camiones de la Gallo llegan por esos lugares. No obstante, la nochebuena se aproximaba y por eso Rosalía tenía que viajar hacia la capital. Quería ver a su esposo, darle el abrazo aunque sea a las 12 del día, quería descansar en su pecho y llevarle comida hecha por ella, con sabor a la casa.

Casa. Apenas es un cuarto de paredes desvencijadas, un pequeño espacio en donde las gallinas, Juan y Jacinta y el humo del poyo donde cocina se mezclan. Vio de reojo su entorno y recordó cuando Felipe, también llenaba ese espacio.

Siguió con la tarea. Limpió la hoja cuidadosamente, envolvió los tamales uno por uno y luego dejó que el fuego se avivara y vio cómo la leña iba acabándose y el aroma de los tamales empezaba a sentirse; cerró los ojos, quería dormir, quería soñar y olvidarse por un momento de su vida.

A la mañana siguiente dejó a Jacinta con doña Isabel, tomó de la mano a Juan y con su caja de cartón, empezaron a caminar. Pasadas unas horas, llegaron hasta El Olvido y esperaron la camioneta. Esperaron mucho. El sueño se apoderaba de ellos a ratos, sus párpados se cerraban y la mano de Rosalía soltaba el mecate de la caja. Por fin, el ruido que la camioneta traía consigo los despertó. Subieron y bajaron luego en la Terminal de La Angustia, después de dos horas llegaron a la cabecera departamental y tras caminar unas cuantas cuadras tomaron el bus rumbo a la capital.

Era la primera vez que Juan venía a este extremo del país, y pese al cansancio venía contento. Imaginaba muchas cosas sobre este lugar, intentaba descubrir el camino, pero la oscuridad de la noche, que ya había llegado, no lo dejaba. El sueño se apoderó otra vez de él, y en sus sueños veía a su papá, al que casi no recordaba, esperándolo con los brazos abiertos. Veía a su mamá sonriendo, casi nunca la veía así, por eso le gustaba ese sueño, porque todos reían.

Muchas horas pasaron y por fin el barullo de la Terminal, los bocinazos, los gritos de la gente, la precisión de quienes van tras las camionetas y la luz de la mañana borró sus sueños y exigió su atención. De la mano de su mamá, caminó por varias calles, hasta que por fin apareció el bus que se dirigía a Fraijanes.

Después de una hora y media la camioneta se detuvo. Había una larga cola de buses, la gente murmuraba, unos carros azules pasaban zumbando a un lado y carro rojo con una luz arriba también pasó velozmente.

Rosalía apretaba el monedero contra el pecho, mientras todos empezaron a descender del bus. Caminaron un kilómetro o quizá un poco más, el ruido era enorme: patrullas con sirenas, ambulancias, gente llorando, Juan no sabía que pasaba. Rosalía temblaba, pero mantenía la calma, pasara lo que pasara, Felipe era una persona tranquila, así que seguramente estaba bien.

Empezaron a sacar camillas cubiertas por sábanas blancas. La gente se amontonaba tras ellas y los guardias los empujaban con sus rifles empuñados. Los bomberos casi corrían cargando los pesados bultos que aún sangraban, presionados por los soldados que ya habían llegado y que en vano intentaban formar una valla para alejar a la gente. De pronto uno de los bomberos tropezó con una piedra y cayó al suelo, junto con él, rodó la camilla, quedando al descubierto, Jacinta pegó un grito espantoso y cayó de rodillas a un lado del bombero, Juan sólo acertó a detener la caja.

Mientras los bomberos tapaban de nuevo el rostro del muerto y seguían su camino, Rosalía ahogaba su llanto jalando su suéter con las manos.

Pasaron los días. En La Soledad nadie hablaba de lo ocurrido, el rostro de Rosalía casi cadavérico daba pena. En la tienda, Pedro y Esteban leían el recorte de la prensa, en donde la foto de Felipe tirado junto a la camilla explicaba el motín de Pavoncito en la nochebuena. En la foto, Rosalía se miraba llorando y Juan, Juanito detenía la caja amarrada con el lazo, con los ojos abiertos, tratando de entender lo que estaba pasando. El pie de foto rezaba: reo masacrado en el motín de la madrugada del 24 en el de centro de detención Pavoncito, Fraijanes.

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