Ángel

Lleva en la cabeza un gorrito de Santa Claus algo percudido, un suéter raído y unos zapatos con ventilación incorporada. En las manos y brazos cuelgan tiras de dulces, diademas con cuernos de reno y tarjetas de Tigo y Claro con triple saldo en recarga electrónica.

Más allá, sobre el arriate, dentro de una caja de cartón tiene también muñecos de nieve de resorte, galletas con marshmallows con baño de coco y un pedazo de pizza que le dio el del carro azul, dos semáforos atrás.

Se escurre entre los autos con la venta a cuestas y entre vueltos, bocinazos y esperas que marca el verde, ve como la tarde se va perdiendo entre los edificios que sólo conoce por fuera.

Ángel quizá viva en El Paraíso, en el uno o en el dos y sin nubes y resplandores de Santos. Llega a su casa-cuarto, siempre de noche junto con otros dos niños, su hermano Ramón y su primo Marco Antonio, a entregarle las cuentas a su padrastro Fernando. Su hermana Cecilia se fue de la casa hace un mes, porque ya no aguantaba las manoseadas de Fernando y los abusos constantes de los chavos de "la mara", porque es bien bonita como la mamá, según cuenta Ángel.

Ángel no estudia. En enero vende lápices, borradores y estuches para lapiceros. En febrero corazones. Luego con la Semana Santa la venta varía y así entre salvavidas, flores, tarjetas y estuches de teléfono, loroco y sorbetes el año se va.

Trabaja de lunes a domingo, aunque este último día también sale a jugar, una chamusca dice, o tapitas.

Ángel tiene un ojo morado porque la semana pasada se le fue el tiempo viendo la tele que está sobre la refri de la tienda de doña Xiomara y cuando llegó a la casa Fernando lo golpeó. "Me lo había advertido", explica. "Me dijo como siempre, luego de escupir sobre el piso: cuando esta escupida se seque te quiero aquí, sino ya sabés como te va, y si ya sé cómo me va, cuando no es el ojo, son las piernas, o si no la espalda con el cincho, pero más con la hebilla", narra.

"Pero también es bueno, porque a veces me da del vuelto del octavo para que me compre tostadas o plátanos fritos en la esquina de la parada". Ángel termina su historia y Matilde paga lo comprado, unas galletas de esas de baño de coco, una diadema para la hija de Alejandra y una recarga de Q50.

"Si pasa mañana", le dice Ángel, le consigo una gorra como la mía como quería.

Jueves 16 de diciembre de 2010.

Comentarios

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