Revoluciones
No, no voy hablar de las imágenes que cuelgan del Palacio Nacional, ni del tributo a Oliverio Castañeda de León, los Guaraguao y las demás actividades que organizó el Gobierno para celebrar esta fecha, que sí que me gustaron y aplaudo.
No voy a discutir la marcha del pasado lunes, las reivindicaciones (necesarias) de siempre a oídos de sordos, las pintas sin sentido de cada acto de esta índole, la evocación de un breve momento histórico que jamás ha de volver, aunque eso quisiéramos.
No voy a remontarme a esa fecha de octubre de 1944, ni tampoco voy a explayarme en hablar del conflicto armado y toda esa revolución que vivió el pueblo guatemalteco durante tantos años, tiempo de terror, de luto, de abusos, de imposiciones, todo por reclamar lo que es justo y necesario, sin ánimo de ponerme bíblica.
No voy a hablar de esas revoluciones históricas y grandiosas que han emprendido mujeres valientes para la dignificación de todas las guatemaltecas y féminas del mundo.
Tampoco voy a expandirme en la revolución de la palabra, las letras que se guardan, pero que cuando se publican lloran, reclaman, cambian.
Quiero hablar de otras revoluciones, las pequeñas, las que no se notan así nomas, esas que suceden a diario, que abren brecha, que marcan destinos. Esas que tras noches de desvelo arremeten, se levantan, se enfrentan y aunque sufran embates en batallas, al final ganan.
Esas revoluciones de ideas, de costumbres, de hábitos, de actitudes, de conciencias, esas de puertas adentro y de voces y escuchas sensatos y sensatas, que llevan mujeres a las cooperativas; niños y niñas a las escuelas; personas a alcohólicos anónimos; padres a abrazar a sus hijos; hijos a aprender a escuchar; parejas a saber perdonarse; amigos y amigas a reencontrarse con los años; corazones duros a compartir; manos a levantarse. Esas revoluciones, porque eso son en algún momento, que dan sentido a la vida, aunque a veces esté nublada. Las revoluciones que libramos a diario.
La Hora,23 de octubre de 2008.
No voy a discutir la marcha del pasado lunes, las reivindicaciones (necesarias) de siempre a oídos de sordos, las pintas sin sentido de cada acto de esta índole, la evocación de un breve momento histórico que jamás ha de volver, aunque eso quisiéramos.
No voy a remontarme a esa fecha de octubre de 1944, ni tampoco voy a explayarme en hablar del conflicto armado y toda esa revolución que vivió el pueblo guatemalteco durante tantos años, tiempo de terror, de luto, de abusos, de imposiciones, todo por reclamar lo que es justo y necesario, sin ánimo de ponerme bíblica.
No voy a hablar de esas revoluciones históricas y grandiosas que han emprendido mujeres valientes para la dignificación de todas las guatemaltecas y féminas del mundo.
Tampoco voy a expandirme en la revolución de la palabra, las letras que se guardan, pero que cuando se publican lloran, reclaman, cambian.
Quiero hablar de otras revoluciones, las pequeñas, las que no se notan así nomas, esas que suceden a diario, que abren brecha, que marcan destinos. Esas que tras noches de desvelo arremeten, se levantan, se enfrentan y aunque sufran embates en batallas, al final ganan.
Esas revoluciones de ideas, de costumbres, de hábitos, de actitudes, de conciencias, esas de puertas adentro y de voces y escuchas sensatos y sensatas, que llevan mujeres a las cooperativas; niños y niñas a las escuelas; personas a alcohólicos anónimos; padres a abrazar a sus hijos; hijos a aprender a escuchar; parejas a saber perdonarse; amigos y amigas a reencontrarse con los años; corazones duros a compartir; manos a levantarse. Esas revoluciones, porque eso son en algún momento, que dan sentido a la vida, aunque a veces esté nublada. Las revoluciones que libramos a diario.
La Hora,23 de octubre de 2008.
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