Desde la distancia
Más de ocho horas de vuelo no bastan, tengo presente tantas cosas a pesar de la distancia. Que debo distraerme, aprovechar el viaje, relajarme... sí, eso espera una al cruzar Migración en Guatemala. Pero nada cambia.
Entro al Internet y reviso los periódicos chapines, me subo a un bus y comparo y traigo entre mis libros un informe sobre Desarrollo Humano, debo pagar un café y hago la conversión a quetzales, que acá no valen nada.Camino por las calles, en perfectas condiciones todas, e imagino que así podrían ser las nuestras si los impuestos se invirtieran correctamente, si hubiera menos corrupción, más eficacia. Sueño, imagino, me despliego en ilusiones...
En el metro todos leen, sentados, parados, los libros, aunque caros, aparecen por todas partes, qué envidia.
Ni que decir de la oferta cultural, amplia, amplísima.El servicio de transporte público es magnífico, alivia sin duda la vida de todos, claro, es caro, pero seguro.
Todo cuesta más, es cierto, pero quizá ese orden, que de pronto hasta me molesta y eso que lo ambiciono tanto casi siempre, hace que todo funcione mejor, la gente ofrece su asiento a las personas mayores, hay acceso a personas con discapacidad, y más que tolerancia hay respeto, palabra que a veces pienso va a desaparecer de nuestro vocabulario.
Hasta el idioma resulta de pronto imperceptible, a no ser por el acento, rígido como el andar de algunos acá, hay mucha gente latina por las calles, mezclada con hindúes, africanos. Diversidad, así podría definir a Londres.
Nada que ver con lo que había imaginado, nada que ver con nuestra deprimente situación. Duele. Sí, y no es que idealice este lugar, es que al ver a la gente de mi país, luchona, buena y tan sufrida, tan violentada por la vida, los gobiernos y la cotidianidad, no puedo evitar lamentarme. Si tan sólo las promesas se cumplieran, si tan sólo la honradez se contagiara, si pudiéramos ser un poco más solidarios, más humanos, guatemaltecos de verdad.
La Hora 25 de septiembre de 2008.
Entro al Internet y reviso los periódicos chapines, me subo a un bus y comparo y traigo entre mis libros un informe sobre Desarrollo Humano, debo pagar un café y hago la conversión a quetzales, que acá no valen nada.Camino por las calles, en perfectas condiciones todas, e imagino que así podrían ser las nuestras si los impuestos se invirtieran correctamente, si hubiera menos corrupción, más eficacia. Sueño, imagino, me despliego en ilusiones...
En el metro todos leen, sentados, parados, los libros, aunque caros, aparecen por todas partes, qué envidia.
Ni que decir de la oferta cultural, amplia, amplísima.El servicio de transporte público es magnífico, alivia sin duda la vida de todos, claro, es caro, pero seguro.
Todo cuesta más, es cierto, pero quizá ese orden, que de pronto hasta me molesta y eso que lo ambiciono tanto casi siempre, hace que todo funcione mejor, la gente ofrece su asiento a las personas mayores, hay acceso a personas con discapacidad, y más que tolerancia hay respeto, palabra que a veces pienso va a desaparecer de nuestro vocabulario.
Hasta el idioma resulta de pronto imperceptible, a no ser por el acento, rígido como el andar de algunos acá, hay mucha gente latina por las calles, mezclada con hindúes, africanos. Diversidad, así podría definir a Londres.
Nada que ver con lo que había imaginado, nada que ver con nuestra deprimente situación. Duele. Sí, y no es que idealice este lugar, es que al ver a la gente de mi país, luchona, buena y tan sufrida, tan violentada por la vida, los gobiernos y la cotidianidad, no puedo evitar lamentarme. Si tan sólo las promesas se cumplieran, si tan sólo la honradez se contagiara, si pudiéramos ser un poco más solidarios, más humanos, guatemaltecos de verdad.
La Hora 25 de septiembre de 2008.
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