A bordo de Iberia

Años de obediencia, de miedo al castigo, la oscuridad, la sociedad, mi tía.

Deseos reprimidos hasta dentro de mi mente, obstaculizados por mis viejos libros de poemas románticos, el trabajo, los deberes de la universidad y el recuerdo del Éxodo 20 perforando, taladrando, rompiendo mi sensibilidad.

De pronto, ocho horas de vuelo, que después fueron 10, una espera intermedia en un aeropuerto y Los Infortunios de la Virtud, la crudeza de Sade y una Justine reflejada en mi espejo cambió todo el panorama.

Para bien, para mal, he ahí el dilema. Vivir, primera consigna, SENTIR, acto primero a ejecutar y mandar a la mierda mis 27 años de virginidad total lo más urgente.

Abrir mis ojos: leer, leer, leer, Celine, Miller, Wilde, Bukowsky

Escuchar: poner atención a las experiencias cercanas, aprender.

Oler, gustar, palpar, vivir en carne propia, dejar atrás las inhibiciones, los retrógrados y arcaicos principios morales ¿qué no es ese un apellido?

Llorar hasta hincharme, reírme hasta orinarme, sentirme abandonada, querida, olvidada, necesitada, perdida, deseada, intoxicada, todo por un día, en un día, vivir al día, sin ayeres, persignados, sin mañanas inciertos.

Sin luises, ni carlos, ni pablos, ni robertos. Sin apellidos, ni anhelos, sin prejuicios, ni altas ni bajas, días sin sol, días horrendamente cálidos, noches de luna llena y otras profundamente negras.

Instantes de ocho horas de lectura continua destruyendo más de dos docenas de años de inocencia, ternura, miedos, soledad y engaño.

Sólo algo perdura, Cristo no vino por los justos, sino por los pecadores, su sangre perdida tiene sentido en mi, hoy.
En algún mes del año del 2000.

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