Panajachel, have a good trip
"Su avenida está parchada de personas, cabezas peludas y piojosas dicen algunos, yo creo que son mentes gravitantes que se alejan de la vida cotidiana y que decidieron un día para siempre borrar de su cabeza el confort y la plasticidad. Se arropan con la yerba que adormece, y danzan con la música del alma. Se confunden con el eco de tambores que dilatan la visión del visitante. El que llega los fines de semana a gastar su dinero en la parranda no aprecia el sentido de la vida de la gente que ha hecho Pana". Lince
Panajachel es algo más que un lugar en donde parrandear o pasar un fin de semana diferente. La naturaleza y su magia abriga al visitante y al propio desde que la luz del día tiñe el horizonte y lo acompaña cada hora hasta que la luna se embriaga en las aguas del lago más hermoso del mundo.
La arquitectura colonial no es parte de su contexto, pero eso no importa, un par de pasos por la calle Santander bastan para empezar a entender otro idioma que no reconoce nacionalidad, tan solo sentimientos.
Panajachel se localiza en del departamento de Sololá, y se baña diariamente por las aguas del Lago de Atitlán, donde se acoplan cada mañana lancheros, pescadores, turistas y trabajadores para dirigirse hacia alguno de los puntos que este envejecido muelle destina.
Primer día
Aún es temprano, la bruma no permite ver con claridad el reflejo del agua. Antes de hospedarnos en Pana, decidimos hacer una parada en la reserva natural de San Buenaventura Atitlán. Esta reserva ocupa la mitad del valle de San Buenaventura, en Panajachel, a orillas del Lago de Atitlán. Es una verdadera reserva ecológica, pues cuenta con más de 100 hectáreas de bosque donde se intenta conservar el entorno natural de la cuenca del lago. No hay nada más bello que llegar ahí y dejarse llevar por alguno de los bien señalizados senderos, hasta toparse con el magnífico mariposario, donde las plantas y las mariposas engañan a la vista.
Aquí se encuentran aproximadamente 500 mariposas de 25 especies diferentes, todas nativas de Guatemala. Dentro de él las flores más bellas cobran animación, así, 50 especies de orquídeas se dejan admirar, junto con un gran número de aves que llegan hasta el mariposario a tomar sus alimentos. Luego de este maravilloso encuentro con la naturaleza, nada mejor que refrescarse. Así es que luego de instalarnos en uno de los muchos hospedajes, hostales o como prefiera llamarles (todos muy económicos), nos dirigimos hacia El Chisme, un pintoresco café. Ahí mismo, empezamos a planificar el recorrido, y es que aunque hay mucho que ver, no sólo en Pana, sino en todos los poblados que circundan el lago, el tiempo no es precisamente suficiente.
Después de esto nos acercamos hasta el muelle, al cual se llega tomando la calle Santander, ahí nos embarcamos en una lancha comunal donde la diversidad cultural se manifiesta espléndida, pues, además de compartir el espacio con personas de distintas etnias indígenas, lo compartimos también con turistas alemanes, franceses y suizos.
Mientras la proa de la lancha cortaba la cristalina agua del lago, imaginamos un pato poc nadando entre los juncos, sin embargo, esto fue sólo una ilusión virtual. No obstante, el colorido de las riberas contrastando con los techos rojos y las cabañas incrustadas en las rocas, bloqueaban todo pensamiento ajeno al momento. En Santa Cruz pudimos refrescarnos los pies con la fría agua del lago. El recorrido continuó entre la brisa del agua y la majestuosidad de los volcanes que parecían tragarnos a medida que bordeábamos la orilla. En San Pedro La Laguna el misticismo y colorido embrujó por completo nuestra imaginación, y entre maizales y caminos de tierra, llegamos hacia una pequeña cabaña, en la cual nuestro paladar probó el más exquisito pastel de chocolate con ciruela, horneado con leña.
Al regresar hacia Panajachel, dejamos por sentado que el próximo día recorreríamos las calles de Santiago Atitlán. De nuevo en Panajachel decidimos deleitar la vista con la variedad de artesanías que se ofrecen por sus calles, entre ellas pantalones, bolsas, hamacas, sillones colgantes, figuras de Maximón, duendes, pipas, collares y un sinfín de manualidades hechas por indígenas o bien por turistas.
Deja que salga la luna
Justo a tiempo llegamos hacia el Sunset, un café a la orilla del lago donde se contemplan los más preciosos atardeceres. Así, el azul del cielo, reflejo del límpido lago, va tornándose naranja, mientras las mejillas del sol se ocultan tras el volcán de San Pedro. La cerveza se hace más ligera al ritmo de la música en vivo, y el lugar se ve concurrido a medida que la noche recubre el cielo. Y es que en Panachel hay un sinnúmero de lugares donde pasarla bien. Saliendo del Sunset, siempre por la calle Santander, se encuentra el puesto de tostadas más famoso del lugar. Ahí encontramos las exquisitas tostadas mixtas, un tercio de guacamol, frijol y salsa, acompañadas de un buen arroz con leche y una porción de pastel de banano.
Luego, nada mejor que pasar a ¿Por qué no? y dejarse llevar al ritmo de la música brasileña. Al son de Uva, uva, las culturas se entrelazan y las diferencias idiomáticas se pierden. Para los que gustan continuar la noche con ritmo, el Chapiteau es el sitio ideal. Después de esto, antes de llegar al hotel hicimos una parada en Humo en tus Ojos, donde las más sabrosas tortillas con carne llenaron nuestros estómagos, mientras el calor del carbón intentaba colarse entre los entumecidos dedos.
Segundo día
Después de un saludable y picante desayuno en Deli, abordamos la lancha con destino a Santiago Atitlán. Al desembarcar nos encontramos con magníficas representaciones de personajes de la vida cotidiana de la población tallados en madera y con imágenes admirables de la belleza natural de la zona traducidas al óleo. Embebidos de tanto arte nos desplazamos hacia el mercado del pueblo, donde el colorido y sabor de nuestra tierra se percibía a cada paso. Está de más decir que la belleza de los tejidos de Santiago Atitlán son un desborde de arte y creatividad, y por si esto fuera poco los precios parecen sacados de un cuento de hace 20 años.
Pero sin duda el principal objetivo de todos era llegar hasta donde se encontraba Maximón, y así, después de dejar a sus pies un cuarto de licor, un cigarro y un pan de manteca, ninguno de nosotros pudo dejar de solicitar mentalmente algún favor.
Esa sensación de temor y sincretismo cultural permaneció por largo rato en el ambiente, hasta que el motor de la lancha disipó los pensamientos hasta llevarlos a San Antonio y Santa Catarina Palopó. Del rojo intenso al azul marino, la vestimenta de los pobladores parecía saludarnos mientras la espuma del jabón con el que lavaban elevaba burbujas en el aire. Ya el medio día había perdido sus horas, y fiel a las creencias populares, recordé la historia del xocomil, que azota embarcaciones a eso de las cuatro de la tarde. Afortunadamente pasaron los minutos sin ningún percance y al desembarcar de nuevo en Panajachel, el apetito nos había convertido en seres alucinantes que vislumbrábamos alimentos por doquier.
Después de una pizza calentita y una ensalada reconfortante en el Circus Bar, decidimos dar una vuelta en bicicleta. Este parece ser el modo de transporte más común en Panajachel, lo que sin duda contribuye a que el ambiente del lugar se encuentre libre de contaminantes. En lugar de humo, el incienso sube de vez en cuando de alguno de los puestos que se encuentran en la calle, donde nunca falta alguien, quien lleno de entusiasmo inunde el ambiente con el redoblar de los tambores.
Antes de regresar, parecía imposible salir del hotel Santander sin dejar de leer aquel mensaje escrito en la pared del callejón: "Have a good trip".
Panajachel mágico
Chamanes, brujos, practicantes de Wicca, así como miembros de muchas sectas místicas o proponentes de filosofías orientales, todos coinciden en decir que el lago Atitlán posee una magia especial. Incluso, en alguna ocasión, una nota en la revista Año Cero, ha hecho eco de esta creencia moderna que, en realidad, tiene sus raíces en las mismas creencias de los habitantes del lago. Sean ciertas o no estas afirmaciones, lo que sí es seguro es que en medio de la incesante parranda, nunca cae mal sentarse a contemplar ese bello espejo de agua y hundirse en sus místicos encantos.
Para descansar a cuerpo de rey lo ideal es alojarse en Santa Catarina Palopó o San Lucas Tolimán, pues su infraestructura hotelera es maravillosa para sentirse relajado y olvidarse de todas las preocupaciones.
Lo mejor de visitar Atitlán, es que no sólo posee una gran variedad de hoteles y restaurantes, sino que es una tierra rica en costumbres y tradiciones, en donde cada día se puede aprender algo nuevo.
Los deportes acuáticos son también parte del atractivo de este lugar, así como los plácidos paseos en catamarán o en bicicleta, alrededor del lago. Para los más osados, los imponentes volcanes son otro gran reto, y para ellos, los operadores de turismo ofrecen distintas alternativas.
En fin, Atitlán es un sitio perfecto, majestuoso y mágico, en donde verano o no, se puede estar a gusto con un clima exquisito y con un encanto único e irresistible.
Panajachel es algo más que un lugar en donde parrandear o pasar un fin de semana diferente. La naturaleza y su magia abriga al visitante y al propio desde que la luz del día tiñe el horizonte y lo acompaña cada hora hasta que la luna se embriaga en las aguas del lago más hermoso del mundo.
La arquitectura colonial no es parte de su contexto, pero eso no importa, un par de pasos por la calle Santander bastan para empezar a entender otro idioma que no reconoce nacionalidad, tan solo sentimientos.
Panajachel se localiza en del departamento de Sololá, y se baña diariamente por las aguas del Lago de Atitlán, donde se acoplan cada mañana lancheros, pescadores, turistas y trabajadores para dirigirse hacia alguno de los puntos que este envejecido muelle destina.
Primer día
Aún es temprano, la bruma no permite ver con claridad el reflejo del agua. Antes de hospedarnos en Pana, decidimos hacer una parada en la reserva natural de San Buenaventura Atitlán. Esta reserva ocupa la mitad del valle de San Buenaventura, en Panajachel, a orillas del Lago de Atitlán. Es una verdadera reserva ecológica, pues cuenta con más de 100 hectáreas de bosque donde se intenta conservar el entorno natural de la cuenca del lago. No hay nada más bello que llegar ahí y dejarse llevar por alguno de los bien señalizados senderos, hasta toparse con el magnífico mariposario, donde las plantas y las mariposas engañan a la vista.
Aquí se encuentran aproximadamente 500 mariposas de 25 especies diferentes, todas nativas de Guatemala. Dentro de él las flores más bellas cobran animación, así, 50 especies de orquídeas se dejan admirar, junto con un gran número de aves que llegan hasta el mariposario a tomar sus alimentos. Luego de este maravilloso encuentro con la naturaleza, nada mejor que refrescarse. Así es que luego de instalarnos en uno de los muchos hospedajes, hostales o como prefiera llamarles (todos muy económicos), nos dirigimos hacia El Chisme, un pintoresco café. Ahí mismo, empezamos a planificar el recorrido, y es que aunque hay mucho que ver, no sólo en Pana, sino en todos los poblados que circundan el lago, el tiempo no es precisamente suficiente.
Después de esto nos acercamos hasta el muelle, al cual se llega tomando la calle Santander, ahí nos embarcamos en una lancha comunal donde la diversidad cultural se manifiesta espléndida, pues, además de compartir el espacio con personas de distintas etnias indígenas, lo compartimos también con turistas alemanes, franceses y suizos.
Mientras la proa de la lancha cortaba la cristalina agua del lago, imaginamos un pato poc nadando entre los juncos, sin embargo, esto fue sólo una ilusión virtual. No obstante, el colorido de las riberas contrastando con los techos rojos y las cabañas incrustadas en las rocas, bloqueaban todo pensamiento ajeno al momento. En Santa Cruz pudimos refrescarnos los pies con la fría agua del lago. El recorrido continuó entre la brisa del agua y la majestuosidad de los volcanes que parecían tragarnos a medida que bordeábamos la orilla. En San Pedro La Laguna el misticismo y colorido embrujó por completo nuestra imaginación, y entre maizales y caminos de tierra, llegamos hacia una pequeña cabaña, en la cual nuestro paladar probó el más exquisito pastel de chocolate con ciruela, horneado con leña.
Al regresar hacia Panajachel, dejamos por sentado que el próximo día recorreríamos las calles de Santiago Atitlán. De nuevo en Panajachel decidimos deleitar la vista con la variedad de artesanías que se ofrecen por sus calles, entre ellas pantalones, bolsas, hamacas, sillones colgantes, figuras de Maximón, duendes, pipas, collares y un sinfín de manualidades hechas por indígenas o bien por turistas.
Deja que salga la luna
Justo a tiempo llegamos hacia el Sunset, un café a la orilla del lago donde se contemplan los más preciosos atardeceres. Así, el azul del cielo, reflejo del límpido lago, va tornándose naranja, mientras las mejillas del sol se ocultan tras el volcán de San Pedro. La cerveza se hace más ligera al ritmo de la música en vivo, y el lugar se ve concurrido a medida que la noche recubre el cielo. Y es que en Panachel hay un sinnúmero de lugares donde pasarla bien. Saliendo del Sunset, siempre por la calle Santander, se encuentra el puesto de tostadas más famoso del lugar. Ahí encontramos las exquisitas tostadas mixtas, un tercio de guacamol, frijol y salsa, acompañadas de un buen arroz con leche y una porción de pastel de banano.
Luego, nada mejor que pasar a ¿Por qué no? y dejarse llevar al ritmo de la música brasileña. Al son de Uva, uva, las culturas se entrelazan y las diferencias idiomáticas se pierden. Para los que gustan continuar la noche con ritmo, el Chapiteau es el sitio ideal. Después de esto, antes de llegar al hotel hicimos una parada en Humo en tus Ojos, donde las más sabrosas tortillas con carne llenaron nuestros estómagos, mientras el calor del carbón intentaba colarse entre los entumecidos dedos.
Segundo día
Después de un saludable y picante desayuno en Deli, abordamos la lancha con destino a Santiago Atitlán. Al desembarcar nos encontramos con magníficas representaciones de personajes de la vida cotidiana de la población tallados en madera y con imágenes admirables de la belleza natural de la zona traducidas al óleo. Embebidos de tanto arte nos desplazamos hacia el mercado del pueblo, donde el colorido y sabor de nuestra tierra se percibía a cada paso. Está de más decir que la belleza de los tejidos de Santiago Atitlán son un desborde de arte y creatividad, y por si esto fuera poco los precios parecen sacados de un cuento de hace 20 años.
Pero sin duda el principal objetivo de todos era llegar hasta donde se encontraba Maximón, y así, después de dejar a sus pies un cuarto de licor, un cigarro y un pan de manteca, ninguno de nosotros pudo dejar de solicitar mentalmente algún favor.
Esa sensación de temor y sincretismo cultural permaneció por largo rato en el ambiente, hasta que el motor de la lancha disipó los pensamientos hasta llevarlos a San Antonio y Santa Catarina Palopó. Del rojo intenso al azul marino, la vestimenta de los pobladores parecía saludarnos mientras la espuma del jabón con el que lavaban elevaba burbujas en el aire. Ya el medio día había perdido sus horas, y fiel a las creencias populares, recordé la historia del xocomil, que azota embarcaciones a eso de las cuatro de la tarde. Afortunadamente pasaron los minutos sin ningún percance y al desembarcar de nuevo en Panajachel, el apetito nos había convertido en seres alucinantes que vislumbrábamos alimentos por doquier.
Después de una pizza calentita y una ensalada reconfortante en el Circus Bar, decidimos dar una vuelta en bicicleta. Este parece ser el modo de transporte más común en Panajachel, lo que sin duda contribuye a que el ambiente del lugar se encuentre libre de contaminantes. En lugar de humo, el incienso sube de vez en cuando de alguno de los puestos que se encuentran en la calle, donde nunca falta alguien, quien lleno de entusiasmo inunde el ambiente con el redoblar de los tambores.
Antes de regresar, parecía imposible salir del hotel Santander sin dejar de leer aquel mensaje escrito en la pared del callejón: "Have a good trip".
Panajachel mágico
Chamanes, brujos, practicantes de Wicca, así como miembros de muchas sectas místicas o proponentes de filosofías orientales, todos coinciden en decir que el lago Atitlán posee una magia especial. Incluso, en alguna ocasión, una nota en la revista Año Cero, ha hecho eco de esta creencia moderna que, en realidad, tiene sus raíces en las mismas creencias de los habitantes del lago. Sean ciertas o no estas afirmaciones, lo que sí es seguro es que en medio de la incesante parranda, nunca cae mal sentarse a contemplar ese bello espejo de agua y hundirse en sus místicos encantos.
Para descansar a cuerpo de rey lo ideal es alojarse en Santa Catarina Palopó o San Lucas Tolimán, pues su infraestructura hotelera es maravillosa para sentirse relajado y olvidarse de todas las preocupaciones.
Lo mejor de visitar Atitlán, es que no sólo posee una gran variedad de hoteles y restaurantes, sino que es una tierra rica en costumbres y tradiciones, en donde cada día se puede aprender algo nuevo.
Los deportes acuáticos son también parte del atractivo de este lugar, así como los plácidos paseos en catamarán o en bicicleta, alrededor del lago. Para los más osados, los imponentes volcanes son otro gran reto, y para ellos, los operadores de turismo ofrecen distintas alternativas.
En fin, Atitlán es un sitio perfecto, majestuoso y mágico, en donde verano o no, se puede estar a gusto con un clima exquisito y con un encanto único e irresistible.
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