Lugar común en la actualidad guatemalteca

Hay días en que nada sale bien o nada sabe bien. Así se sentía Matilde esa mañana, cansada, pero con un peso mucho más fuerte que el que el trajín diario provoca, fastidiada quizá, un poco angustiada tal vez, entristecida, al borde de la depresión y sin saber por qué. Sin tener claro un motivo, una razón, algo certero que la molestara.

Todo empezó antes de que la luna partiera, los sueños --a veces pesadillas-- vinieron a perturbar su mente con imágenes desconocidas a ratos y por momentos con rostros sobrepuestos que intentaban robarle esa tranquilidad que el estar arropada y en casa le inyectaban.

El despertador sonó esta vez como un bálsamo y el agua tibia --fría jamás-- espabiló un poco esas ideas que no se iban del todo y es que quizá había algo más que aún no descifraba, se lo decía su instinto, su inseguridad maquillada de mujer independiente, había algo, palpitos que les dicen que junto a los sueños intranquilizaba.

Esa mañana todos los sucesos apoyaban esa sensación de molestia. Todos los semáforos en rojo, los vendedores de tarjetas para el celular ausentes, los parqueos copados en su área de trabajo, el café ácido y esa reunión de trabajo larguísima e irrelevante.

El escritorio estaba copado de papeles y el resto de personal de la oficina brillaba por su ausencia. Más tarde el almuerzo le regaló un pelo --no en la sopa, pero si en el arroz--.

Y aquella punzada seguía ahí atormentándola, confundiéndola por querer relacionar los sueños nocturnos con la realidad. Matilde no podía concentrarse, todo parecía espantoso esa tarde acalorada y lluviosa, vaya contraste.

No podía más, tomó su bolso y enfiló hacia el estacionamiento pensando en buscar un café decente, un lugar acogedor y regalarle tiempo al libro que llevaba en el baúl desde hace más de un mes esperando que sus dedos acariciaran sus hojas.

Mientras buscaba en ese lugar indómito --llamado por algunos, cartera-- las llaves de su auto, sintió una pequeña punzada en la espalda. Una voz le dijo: silencio, tranquila, entrá en el carro del otro lado y no intentés nada tonto porque no vas a poder contarle esto a tus nietos.

Horas más tarde despojada ya del auto y el bolso, y claro sin ese libro que acariciar, caminó con el pulso exaltado hacia esa tienda con rótulo de Alka-Seltzer, para prestar un teléfono sin recordar siquiera el número que debía marcar. Y gracias a esa voz con una historia que narrar a sus hijos, nietos, vecinos... un cuento como muchos, miles, un lugar (hecho) común en la actualidad nacional.

4 de febrero de 2011.

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