Interrogantes
A veces quisiera saber de dónde salió la definición de los conceptos, porque me es muy difícil entender el porqué de su existencia y aplicarlos a mi rutinaria vida. Palabras como verdad, mentira, fe, pecado, correcto, orden, se salen por la desembocadura de mi mente, mente que se cohíbe ante su presencia en el diccionario y que cuando debe ordenar a mis impetuosos dedos a pulsar letras que lleguen después a pronunciarlas o simplemente leerlas provoca un dilema entre mi cerebro y mis extremidades, las cuales parecen estar atrofiadas y negarse a escribir algo que no comprenden.
Pero cómo he de pretender entender algo que viene desencadenando presiones primarias desde mi remota infancia cuando al aprender a enlazar la M con la A y luego repetirlo ya venían sonando en este inframundo al cual fui expuesta por otras razones también inexplicables. Fácilmente aprendí a coordinar la S con la I (aunque en realidad fue una Z con una I) y me sonó perfecto, pero luego vino la N, inicial de mi apellido que seguida de la cuarta vocal me enseñó desde muy temprano que todo en este mundo está prohibido y que lo peor de todo es que nunca se da una explicación al respecto.
No toques, no digas, no mires, no escuches, no, no, NO. No faltes al colegio, no digas mentiras, no dejes la comida, no preguntes, NO SEAS. Será que ese es el mensaje que lleva implícito esta monosílaba palabra. Y luego se unen a ella todos esos conceptos imperfectos que regulan las conductas y que impiden realizarse.
Quién decidió que las palabras deben llamarse como se les llama y que deben implicar esto y aquello, y quién afirma que lo que el concepto encierra dictamina el actuar del ser humano y por ende le condena. Quizá quien inventó el idioma, nunca creyó que las palabras definidas como tal y luego en particular ocasionarían trastornos tan profundos en vidas regidas por un vocabulario abusado por los catecismos y las encíclicas papales. Tal vez nunca pensaron que el idioma y en su defecto las palabras podrían en determinado momento redimir o condenar. O bien crear un síndrome de cuestionantes que sin respuesta alguna dejan la vida teñida de dudas.
Jueves 9 de septiembre de 2010.
Pero cómo he de pretender entender algo que viene desencadenando presiones primarias desde mi remota infancia cuando al aprender a enlazar la M con la A y luego repetirlo ya venían sonando en este inframundo al cual fui expuesta por otras razones también inexplicables. Fácilmente aprendí a coordinar la S con la I (aunque en realidad fue una Z con una I) y me sonó perfecto, pero luego vino la N, inicial de mi apellido que seguida de la cuarta vocal me enseñó desde muy temprano que todo en este mundo está prohibido y que lo peor de todo es que nunca se da una explicación al respecto.
No toques, no digas, no mires, no escuches, no, no, NO. No faltes al colegio, no digas mentiras, no dejes la comida, no preguntes, NO SEAS. Será que ese es el mensaje que lleva implícito esta monosílaba palabra. Y luego se unen a ella todos esos conceptos imperfectos que regulan las conductas y que impiden realizarse.
Quién decidió que las palabras deben llamarse como se les llama y que deben implicar esto y aquello, y quién afirma que lo que el concepto encierra dictamina el actuar del ser humano y por ende le condena. Quizá quien inventó el idioma, nunca creyó que las palabras definidas como tal y luego en particular ocasionarían trastornos tan profundos en vidas regidas por un vocabulario abusado por los catecismos y las encíclicas papales. Tal vez nunca pensaron que el idioma y en su defecto las palabras podrían en determinado momento redimir o condenar. O bien crear un síndrome de cuestionantes que sin respuesta alguna dejan la vida teñida de dudas.
Jueves 9 de septiembre de 2010.
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