Sólo debemos ser humanos
Como todas las mañanas Matilde se apresuró a servirse el café y recoger los cojines que la gatita había tirado del sillón al igual que todas las noches. Encendió el carro, prendió la radio y sintonizó la emisora en donde además de funestas noticias indicaban la situación de tráfico, lo cual en más de una ocasión le había servido para buscar una ruta alterna y llegar a tiempo a la oficina.
Absorta en sus pensamientos, gesticulaba un poco de asco al escuchar la voz del machista diputado oficialista, quien argumentaba a favor de los impuestos y luego volvía a su mente el listado de pendientes: el informe, los regalos, pavo no mejor un jamón con miel, llantas nuevas y aquella solicitud enviada a esa universidad en España de la que nunca tuvo respuesta.
Las calles estaban saturadas, parecía que las normas dictadas por la Municipalidad no existían, era temprano y enormes camiones circulaban en todos los carriles, nublando la visión un metro adelante y peleando los pocos centímetros de avance con los buses extraurbanos y las camionetas.
La publicidad era excesiva, en las vallas, los buses, los carros, en la radio, en el celular, sí, de eso se dio cuenta cuando su teléfono sonó y divisó un mensajito de texto en donde la felicitaban por ganar algo si enviaba…. No supo que debía enviar, un golpe seco, la hizo voltear y ver una pistola apuntando a su cabeza, mientras unos ojos vidriosos la miraban fríamente y le hacían entender que bajara la ventana y entregara el teléfono. La respuesta fue automática, vidrio abajo, mano que se extiende y entrega un aparato a una mujer, de esto estaba segura, que abrazaba la cintura de un tipo que presionaba con fuerza el timón de la motocicleta; ojos en los vehículos vecinos que miran sin voltear, quizá agradecen no ser ellos, dos motos que aceleran y se pierden entre los carriles atestados de autos, temblor de piernas y tenga usted feliz navidad… que la paz reine en su hogar… sonando en la bocina de su auto y en la del vehículo de al lado.
Tres metros adelante un oficial de Emetra se soplaba las manos para sentir calor, al escuchar su queja suspiró y le pidió el número de placa de la moto, ¿quién se fija en eso mientras una pistola apunta su cabeza? ¿Y qué pasó con un sólo pasajero en una moto? ¿Qué fue de las promesas de seguridad del nuevo Ministro de Gobernación y el mandatario? ¿Cuál feliz navidad, cuál paz…?
Rumiando su enojo, su impotencia, renegando de la vida y su mala suerte, frenó de golpe varias cuadras después, un niño pequeño tiritaba de frío con un bebé a cuestas y unos periódicos en las manos.
Siempre es fácil quejarse, sentirse el centro del mundo y maldecir. Es muy sencillo, ponerse un suéter para mitigar el frío, comprar comida para apaciguar el hambre, comprar un teléfono nuevo, llamar al seguro si el carro se detiene o sentarse a llorar cuando algo molesta, y es tan difícil mirar hacia otro lado, sonreír, extender la mano, compartir algo y ser un poco más humano.
La Hora, 24 de diciembre de 2009.
Absorta en sus pensamientos, gesticulaba un poco de asco al escuchar la voz del machista diputado oficialista, quien argumentaba a favor de los impuestos y luego volvía a su mente el listado de pendientes: el informe, los regalos, pavo no mejor un jamón con miel, llantas nuevas y aquella solicitud enviada a esa universidad en España de la que nunca tuvo respuesta.
Las calles estaban saturadas, parecía que las normas dictadas por la Municipalidad no existían, era temprano y enormes camiones circulaban en todos los carriles, nublando la visión un metro adelante y peleando los pocos centímetros de avance con los buses extraurbanos y las camionetas.
La publicidad era excesiva, en las vallas, los buses, los carros, en la radio, en el celular, sí, de eso se dio cuenta cuando su teléfono sonó y divisó un mensajito de texto en donde la felicitaban por ganar algo si enviaba…. No supo que debía enviar, un golpe seco, la hizo voltear y ver una pistola apuntando a su cabeza, mientras unos ojos vidriosos la miraban fríamente y le hacían entender que bajara la ventana y entregara el teléfono. La respuesta fue automática, vidrio abajo, mano que se extiende y entrega un aparato a una mujer, de esto estaba segura, que abrazaba la cintura de un tipo que presionaba con fuerza el timón de la motocicleta; ojos en los vehículos vecinos que miran sin voltear, quizá agradecen no ser ellos, dos motos que aceleran y se pierden entre los carriles atestados de autos, temblor de piernas y tenga usted feliz navidad… que la paz reine en su hogar… sonando en la bocina de su auto y en la del vehículo de al lado.
Tres metros adelante un oficial de Emetra se soplaba las manos para sentir calor, al escuchar su queja suspiró y le pidió el número de placa de la moto, ¿quién se fija en eso mientras una pistola apunta su cabeza? ¿Y qué pasó con un sólo pasajero en una moto? ¿Qué fue de las promesas de seguridad del nuevo Ministro de Gobernación y el mandatario? ¿Cuál feliz navidad, cuál paz…?
Rumiando su enojo, su impotencia, renegando de la vida y su mala suerte, frenó de golpe varias cuadras después, un niño pequeño tiritaba de frío con un bebé a cuestas y unos periódicos en las manos.
Siempre es fácil quejarse, sentirse el centro del mundo y maldecir. Es muy sencillo, ponerse un suéter para mitigar el frío, comprar comida para apaciguar el hambre, comprar un teléfono nuevo, llamar al seguro si el carro se detiene o sentarse a llorar cuando algo molesta, y es tan difícil mirar hacia otro lado, sonreír, extender la mano, compartir algo y ser un poco más humano.
La Hora, 24 de diciembre de 2009.
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http://starosedt.blogspot.com/2009/10/farsa.html