Cementerio de inocentes

Se llamaba Juan, quería ser marimbista y periodista, le dije que éramos colegas, lo veía siempre que iba al centro en la mañana vendiendo periódicos. Pasaron los días y dejé de verlo, quizá me olvidé de él. Hace poco pregunté por él a un patojo que vendía diarios en la misma esquina y sonriendo con un dejo de melancolía me dijo: a Juancho lo mataron hace meses. Quise saber porqué, los carros detrás de mí empezaron a bocinar y el ahora voceador de esta esquina continuó perdiéndose entre las hileras de autos.

Dos días después volví a preguntarle, y me dijo que lo habían baleado ahí donde vivía, junto a su tía.

Cada día veo en los periódicos nombres de niños, niñas y de adolescentes muertos por la violencia, esas noticias son algo cotidiano, pero al pensar en alguien conocido lleno de sueños e ilusiones, lleno de vida, ahora muerto; me duele, me irrita.

Sólo en los dos primeros meses del año, los medios de comunicación reportaron107 muertos menores de edad por violencia, mañana además, se conmemora el Día de la No Violencia contra la Niñez , algo terrible, porque los niños y niñas deberían ser ajenos a esto.

Al ver esas cifras, al revisar las noticias, al pensar en mañana y al recordar a Juan, no puedo dejar de pensar en todos esos niños y niñas maltratados, golpeados, en los que trabajan desde muy pequeños, en los que venden y alquilan, en esos niños en escuelas sin techos y escritorios, en los que no tienen vacunas, en los que no tienen comida, en los que en las noches multiplican las pesadillas vividas en el día.

Juan ya no está, más de un centenar ha muerto en este año y en los años anteriores, y la impunidad sigue reinando en el país.

Que no es cierto dicen, y aprueban leyes y dictámenes que no se aplican jamás. Un gobierno entra y otro sale y las condiciones de vida de estos infantes no cambia, los que tienen suerte, si es que puede llamársele así, crecen en un país en donde las oportunidades son una utopía, y en donde el más fuerte termina con el débil, se llenan de rencor de impotencia, de licor, de drogas, de tristeza y de llanto.

Juan creyó que podría cambiar la historia de su familia, que con sus palabras impresas en ese papel que vendía, pintaría el mundo de soluciones y lo amenizaría con un son acompañado de orquesta. Unas balas hicieron pedazos esos sueños, otras siguen destruyendo muchos más, y acá sigue sin regularse una ley de armas, que igual si la aprueban será un motivo más de risa para delincuentes de poca monta, botas o entacuchado.

La Hora, 12 de marzo de 2009.

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