Sin Aire (De Puntos Suspensivos)
Tengo la impresión de que hoy debí quedarme en mi casa. No salir. Llamar a la oficina por teléfono, hacer sonar mi voz constipada y fingir un par de estornudos. Regresar a mi cama, aún tibia, perderme en ella y llamar de nuevo al sueño con un bostezo, dormir a pierna suelta o apretada, pero dormir un par de horas, o quizá cuatro. Luego levantarme, empachamada hurgar la refrigeradora y comer por gusto, más que por hambre o nutrición. Regresar a la cama con un sándwich empapado de mostaza, un vaso de jugo, prender la tele y reírme de nuevo con los mismos programas de siempre, los de la programación matutina del Warner, o tal vez poner el 3, regresar a mis tiempos de infancia y mirar la hormiga atómica, lindo pulgoso y reírme, reírme como tonta, y no de las caricaturas sino de mi y mi regresión a esos años en los que nada me preocupaba, o casi nada. En los que creía que Super Can podía rescatarme a mi también y que los gatos hablaban, años en que el Chavo del Ocho era mi máxima ilusión y la culminación perfecta de mi tarde, tiempos en los que San ko kai era la única serie en la que monstruos gigantescos querían destruir el mundo y mis sueños.
Pero no, la responsabilidad me llama, siempre he sido así, desde pequeña. Nada de faltar al colegio, quizá me pierda de algo interesante, y lo único gracioso de la mañana fue el pelotazo que recibí cuando salí a recreo y que me dejó dos horas en la enfermería mientras mi mamá llegaba por mí. O aquella ocasión en la hicieron un examen sorpresa y me anularon la prueba por intentar darle copia a la compañera de a lado. O peor aún, el día en el que el bus chocó y mi tercer diente de leche salió expulsado de mi boca provocando una hemorragia que tiñó mis pulcrísimos libros de idioma español, o el día de la excursión a Esquilandia, cuando Paco, mi compañero de clase vomitó toda la refacción sobre mi lindo pants azul. Mejor me hubiera quedado en casa, y lo pensé, lo pensé muchas veces.
Lo mismo me pasó más adelante, algo me decía que no fuera ese fin de semana a Pana, el sueño era tan pesado que mis ojos no querían abrirse, pero no, ya había quedado y me levanté aún dormida y empaque mis cosas. ¿Para qué?, llovió todo el día, la bruma cubrió el paisaje y para colmo no pude entrar a mi habitación por exceso de ocupación, y al regreso, aprendí como pueden acomodarse ocho personas en una fila de asientos para cuatro, y descubrí nuevos aromas jamás imaginados por Grenouille en su aventura de El Perfume. Algo me lo decía duérmete de nuevo…
Y ahora que mi ser intuitivo empezó a comunicarse conmigo diciéndome no vayas, llego a la oficina y espero pacientemente el elevador junto con otros tantos. La puerta se abre, entro en ese reducido espacio, marco el número 16 y justo unos segundos después la luz se apaga, se escuchan unos gritos y el mismo se detiene. Y pasan los minutos, las horas y nada, pareciera que esa alarma no funciona. Sabía que no debía venir a trabajar, sabía mientras recordaba todo lo ocurrido anteriormente que no era un día adecuado para salir a la calle, y justo cuando empiezo a prometerme que la próxima vez será todo distinto y que obedeceré a mi instinto de conservación, descubro que ya no habrá próxima, porque....
Pero no, la responsabilidad me llama, siempre he sido así, desde pequeña. Nada de faltar al colegio, quizá me pierda de algo interesante, y lo único gracioso de la mañana fue el pelotazo que recibí cuando salí a recreo y que me dejó dos horas en la enfermería mientras mi mamá llegaba por mí. O aquella ocasión en la hicieron un examen sorpresa y me anularon la prueba por intentar darle copia a la compañera de a lado. O peor aún, el día en el que el bus chocó y mi tercer diente de leche salió expulsado de mi boca provocando una hemorragia que tiñó mis pulcrísimos libros de idioma español, o el día de la excursión a Esquilandia, cuando Paco, mi compañero de clase vomitó toda la refacción sobre mi lindo pants azul. Mejor me hubiera quedado en casa, y lo pensé, lo pensé muchas veces.
Lo mismo me pasó más adelante, algo me decía que no fuera ese fin de semana a Pana, el sueño era tan pesado que mis ojos no querían abrirse, pero no, ya había quedado y me levanté aún dormida y empaque mis cosas. ¿Para qué?, llovió todo el día, la bruma cubrió el paisaje y para colmo no pude entrar a mi habitación por exceso de ocupación, y al regreso, aprendí como pueden acomodarse ocho personas en una fila de asientos para cuatro, y descubrí nuevos aromas jamás imaginados por Grenouille en su aventura de El Perfume. Algo me lo decía duérmete de nuevo…
Y ahora que mi ser intuitivo empezó a comunicarse conmigo diciéndome no vayas, llego a la oficina y espero pacientemente el elevador junto con otros tantos. La puerta se abre, entro en ese reducido espacio, marco el número 16 y justo unos segundos después la luz se apaga, se escuchan unos gritos y el mismo se detiene. Y pasan los minutos, las horas y nada, pareciera que esa alarma no funciona. Sabía que no debía venir a trabajar, sabía mientras recordaba todo lo ocurrido anteriormente que no era un día adecuado para salir a la calle, y justo cuando empiezo a prometerme que la próxima vez será todo distinto y que obedeceré a mi instinto de conservación, descubro que ya no habrá próxima, porque....
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