Indiferencia
La lluvia cae fuertemente y golpea la ventana de mi carro, dentro de él, mis ojos derraman una sutil llovizna, la música que emana de las bocinas alimenta ese sentimiento que provoca sollozar calladamente, mientras el señor que va en el carro de al lado me mira de reojo, quizá imaginándose que acabo de recibir una mala noticia, o tal vez pensando que me acaban de despedir, puede ser que piense que me han abandonado, o tal vez ni siquiera le importe que la persona que conduce cerca de él, lleve los ojos enrojecidos y las mejillas mojadas.
Igual me ocurre a veces cuando camino por la calle y veo a una mujer embarazada, cargando a un niño pequeño pidiendo dinero, a veces paso rápidamente sin ni siquiera hacer el esfuerzo de buscar una moneda, otras en cambio se la doy tratando de aliviar mi conciencia y sentirme una buena persona, pero en ningún momento me detengo a pensar en todo lo que ella puede estar sintiendo mientras estira la mano en esa pequeña banqueta.
Lo mismo me pasa cuando el frío de diciembre empieza a quitarme las ganas de levantarme y, al salir a la calle, veo a los niños vestidos de payaso hacer piruetas en medio de las calles y luego caminar entre los autos tiritando de frío y pienso, pobrecitos, pero sólo eso, no pasa de ahí, de compadecerlos mentalmente y luego olvidarlos cuando el semáforo cambia de color.
Vivimos por vivir, actuamos mecánicamente, sonreímos por educación, bebemos café con sabor social, y damos monedas para evitar que se rieguen en nuestra bolsa. Y todos los buenos pensamientos y sentimientos se quedan en intentos, en compadecer y compadecernos, y pensar que así es la vida, y que hay que vivir como nos marca el rumbo.
Igual me ocurre a veces cuando camino por la calle y veo a una mujer embarazada, cargando a un niño pequeño pidiendo dinero, a veces paso rápidamente sin ni siquiera hacer el esfuerzo de buscar una moneda, otras en cambio se la doy tratando de aliviar mi conciencia y sentirme una buena persona, pero en ningún momento me detengo a pensar en todo lo que ella puede estar sintiendo mientras estira la mano en esa pequeña banqueta.
Lo mismo me pasa cuando el frío de diciembre empieza a quitarme las ganas de levantarme y, al salir a la calle, veo a los niños vestidos de payaso hacer piruetas en medio de las calles y luego caminar entre los autos tiritando de frío y pienso, pobrecitos, pero sólo eso, no pasa de ahí, de compadecerlos mentalmente y luego olvidarlos cuando el semáforo cambia de color.
Vivimos por vivir, actuamos mecánicamente, sonreímos por educación, bebemos café con sabor social, y damos monedas para evitar que se rieguen en nuestra bolsa. Y todos los buenos pensamientos y sentimientos se quedan en intentos, en compadecer y compadecernos, y pensar que así es la vida, y que hay que vivir como nos marca el rumbo.
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