Vulnerables

Esta semana los medios de comunicación reportaron la muerte de dos niñas de menos de cinco años en manos de sus padres. Quizá no sea una noticia extraña, frecuentemente escuchamos que acá y otras partes del mundo padres y madres acaban con la vida de sus hijos bajo el pretexto de problemas piscológicos, económicos y claro por los efectos que produce el alcohol. De esta cuenta, las estadísticas de violencia intrafamiliar y muertes violentas de menores de edad aumentan, sin que las autoridades y la sociedad diga o haga algo que pueda prevenir este tipo de sucesos.

En estos recientes casos, uno ocurrido en Alta Verapaz y el otro en Izabal, fueron los padres quien por atacar a la madre y bajo efectos de alcohol, terminaron con la vida de sus hijas, uno a machetazos y el otro de un balazo.

Sumados a estas historias, vemos cada vez con más frecuencia denuncias o notas sobre juicios a violadores de infantes, entre los que se cuentan desde los progenitores, maestros, vecinos, tíos y abuelos, hasta aquellos que están fuera del entorno familiar o el supuesto “espacio seguro” de los niños y niñas.

Por supuesto que este tipo de actitudes para nada justificables, tienen un transfondo de otros abusos o problemas, que como suele ocurrir en Guatemala, se guardan en lo más intimo del ser, hasta que afloran o mientras quienes les quieren o les temen a estas personas se deciden a hablar. Y claro que no son sólo los padres y maestros (es decir hombres), quienes cometen este tipo de vejaciones, son muchos los casos en que las mujeres, madres, maestras, niñeras, etc., abusan sexualmente de los niños o niñas o bien callan y permiten que estos atropellos se den.

Por eso, pese a que las leyes guatemaltecas han sido modificadas y permiten juzgar y condenar a quienes violentan a los infantes, aún prevalece la cultura del silencio, del encubrimiento y por supuesto desde los juzgados, el apañamiento a los abusadores.

También vale decir que como sociedad, como personas adultas, tampoco nos manifestamos ni hacemos nada para que estos abusos acaben. Pasamos las hojas de los diarios, nos hacemos de la vista gorda cuando vemos señales que podrían evidenciar a una persona abusadora y más aún, pecamos de negligentes al no tener cuidado suficiente con niños y niñas en lugares públicos o en el hogar, y en no educar y exigir a las autoridades de Educación y Salud programas que orienten a los infantes y jóvenes para evitar que sean víctimas de una violación. Mientras no hagamos nada, mientras el silencio siga dominando, cada nota en la que un niño o niña ha muerto, o a sido violentado debe marcar nuestras conciencias, ya que el que calla otorga y hechor y consentidor peca por igual.

La Hora, 8 de julio de 2010.

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