"Amigas"
El silencio era insoportable. Cuando la puerta del quirófano se abrió todas las miradas se concentraron en la doctora. Ella dirigió la mirada hacia Esteban y recitó un cliché: hicimos todo lo posible, mientras posaba la mano en su hombro. Él, aturdido, empezó a balbucear incoherencias… todo fue tan rápido, no vimos que el trailer se aproximaba, intenté girar hacia el otro lado, pero el carro….
Su justificación se mezclaba con el llanto. Ernesto lo abrazó. Yo no sabía que hacer, qué decir, nunca he sabido actuar en situaciones difíciles. Mientras la doctora explicaba que debido a las circunstancias era necesario esperar a los representantes del Ministerio Público, el tipo del seguro se acercó a Ernesto para tratar de arreglar con él lo del sepelio.
Yo seguía impávida, veía a Esteban sufriendo, llorando a una mujer que no quería, no podía quererla, se había acostado conmigo, la mejor amiga de su esposa, mientras ella preparaba la canasta de la bebé como nos lo habían enseñado en la clase de educación para el hogar en el colegio.
Yo no era la única con la que él había engañado a mi amiga, lo sabía todo el mundo; la secretaria, la tipa aquella en la frontera, la perra de Marcela, como era posible que ahora se jalara el pelo y llorara a gritos por el amor de su vida.
Mientras miraba absorta esa representación magistral de dolor y desconsuelo, Ernesto me miró fijamente, está en shock, le dijo a la enfermera y corrió hacia a mí a abrazarme, quería consolarme, creía comprender mi dolor, mi actitud, mi silencio. La difunta era como su hermana dijo durante el velorio, mientras los amigos de Esteban me miraban con su pequeña bebé en los brazos.
La Hora, 29 de octubre de 2009.
Su justificación se mezclaba con el llanto. Ernesto lo abrazó. Yo no sabía que hacer, qué decir, nunca he sabido actuar en situaciones difíciles. Mientras la doctora explicaba que debido a las circunstancias era necesario esperar a los representantes del Ministerio Público, el tipo del seguro se acercó a Ernesto para tratar de arreglar con él lo del sepelio.
Yo seguía impávida, veía a Esteban sufriendo, llorando a una mujer que no quería, no podía quererla, se había acostado conmigo, la mejor amiga de su esposa, mientras ella preparaba la canasta de la bebé como nos lo habían enseñado en la clase de educación para el hogar en el colegio.
Yo no era la única con la que él había engañado a mi amiga, lo sabía todo el mundo; la secretaria, la tipa aquella en la frontera, la perra de Marcela, como era posible que ahora se jalara el pelo y llorara a gritos por el amor de su vida.
Mientras miraba absorta esa representación magistral de dolor y desconsuelo, Ernesto me miró fijamente, está en shock, le dijo a la enfermera y corrió hacia a mí a abrazarme, quería consolarme, creía comprender mi dolor, mi actitud, mi silencio. La difunta era como su hermana dijo durante el velorio, mientras los amigos de Esteban me miraban con su pequeña bebé en los brazos.
La Hora, 29 de octubre de 2009.
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