Obdulio
Obdulio es un niño que está por cumplir 11 años, vive en el área rural y como muchos, muchos niños y niñas de Guatemala, no asiste a la escuela. Sus días transcurren entre su casa y la calle. Sale muy temprano cada mañana junto con su mamá, llevando a cuestas un pesado canasto con pacayas envueltas en huevo, tortillas y chiles rellenos.
Juntos improvisan una venta de comida en la parada de buses en donde entre el barullo de personas apresuradas, bocinazos, motores y gritos de ayudantes ven aparecer los rayos del sol, que en ocasiones apenas traspasan la humazón que las camionetas dejan a su paso.
Cuando el ruido disminuye, Obdulio se encamina hacia la obra, así lo explica él, en donde trabaja como albañil. Sus diminutas manos, quemadas de sol y callosas de tanto trabajo, a duras penas podrán sostener un block o un costal de arena.
La jornada es extensa, más para una persona de esa edad, que incluso por la tarde noche, debe ayudar en su casa acarreando leña y agua. Sus noches pasan rápidamente, el cansancio ignora los sueños, como el mismo dice ¿para qué?....
Sin embargo, cuando le hablo de canicas, de fútbol, de cuando sea grande, sus ojos rasgados se iluminan, bailan y entonces me habla de chilenas, de uniformes con medias hasta las rodillas, del estadio, de una estufa con gas, grande muy grande, una tele… pero esa danza ocular no dura mucho, la realidad ataca, la oscuridad se aproxima, Ana, su mamá prende una vela mientras el aceite brinca del sartén en donde fríe algo sobre el calor de la plancha de metal que funciona de cocina.
Obdulio no sabe leer ni escribir, sus hermanos tampoco, Ana apenas deletrea su nombre y hace cuentas. Así crecí yo, dice ella, así crecerán ellos, esa es la vida del pobre. “Yo quería ir a la escuela y ser maestra, quería tener una casa con flores, quería tener un familia completa, quería muchas cosas que no son posibles”.
Las ilusiones de Ana se truncaron, Obdulio no espera nada, no tiene tiempo, debe trabajar para que sus hermanos tengan un plato de comida sobre la mesa y para pagar la renta de ese reducido espacio donde cohabitan todos. Esta historia no es nueva, no es ajena a nuestro imaginario, es bastante común en Guatemala, pero es triste, duele y lo peor es que se esparce.
La Hora, 23 de julio de 2009.
Juntos improvisan una venta de comida en la parada de buses en donde entre el barullo de personas apresuradas, bocinazos, motores y gritos de ayudantes ven aparecer los rayos del sol, que en ocasiones apenas traspasan la humazón que las camionetas dejan a su paso.
Cuando el ruido disminuye, Obdulio se encamina hacia la obra, así lo explica él, en donde trabaja como albañil. Sus diminutas manos, quemadas de sol y callosas de tanto trabajo, a duras penas podrán sostener un block o un costal de arena.
La jornada es extensa, más para una persona de esa edad, que incluso por la tarde noche, debe ayudar en su casa acarreando leña y agua. Sus noches pasan rápidamente, el cansancio ignora los sueños, como el mismo dice ¿para qué?....
Sin embargo, cuando le hablo de canicas, de fútbol, de cuando sea grande, sus ojos rasgados se iluminan, bailan y entonces me habla de chilenas, de uniformes con medias hasta las rodillas, del estadio, de una estufa con gas, grande muy grande, una tele… pero esa danza ocular no dura mucho, la realidad ataca, la oscuridad se aproxima, Ana, su mamá prende una vela mientras el aceite brinca del sartén en donde fríe algo sobre el calor de la plancha de metal que funciona de cocina.
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Comentarios
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