Pablo

Pablo va a cumplir diez años, es un niño sonriente, cariñoso, inteligente, Pablo no oye, al nacer tuvo complicaciones con sus pulmones y el doctor se pasó de antibiótico dejándolo sin ese sentido. Pablo no habla, al menos no con los labios, pero sus ojos, los más expresivos que he visto son capaces de comunicarlo todo.

Pablo es una de las personas que más quiero, y también una de las personas que más me ha enseñado, la imposibilidad de expresarse con sonidos y de escuchar lo que los demás hablan lo ha hecho desarrollar otras habilidades excepcionales. Él es un niño como los demás, él no es sordomudo, ni sordito, solamente no escucha, es un niño con capacidades diferentes.

Hace poco, en un restaurante de comida rápida en donde se celebraba su cumpleaños, la encargada de la celebración se refirió a él como el enfermito, y yo se que él está perfectamente sano.

Y esa no es la primera vez que he escuchado comentarios de ese tipo respecto a él, es más, su mamá en muchas ocasiones se lamenta de su sordera de manera absurda, sin siquiera darse cuenta de todas las virtudes que Pablo posee.

No escuchar, no ver o no poder caminar no significa estar enfermo ni limitado. Es indignante que a estas alturas, exista tanta ignorancia y tanto descuido por parte de la gente, el estado y de la iniciativa privada cuando de personas con discapacidad se trata. No hay infraestructura adecuada para que ellos puedan desenvolverse adecuadamente y tampoco hay un trato humano como el que merecen.

El porcentaje de personas que viven con discapacidad en Guatemala es amplio, cerca de medio millón de personas en edad escolar tienen alguna discapacidad, y de ellos sólo el 1.8 por ciento recibe atención, y de este porcentaje, aunque mínimo, la mayoría desarrolla habilidades excepcionales y tienen una vida normal, como la de cualquier otra persona.

Pero esa vida sería más fácil si existiera un poco de conciencia de nuestra parte, si tuviéramos la gentileza de ayudar a un invidente a cruzar la calle, si dejáramos de mirar de reojo a una persona invalida o que habla por señas y si el Gobierno y la iniciativa privada se unieran para que existiera una infraestructura adecuada para ellos y centro específicos de atención. Ellos no están enfermos, ni necesitan lastima y compasión de los demás, son personas como el resto de guatemaltecos que tienen derechos y merecen respeto.

La Hora, 23 de marzo de 2006.

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