Al vino, vino
El viernes pasado, en una cena con amigos, casi todos egresados de la universidad, gente inmersa en los medios de comunicación y sus derivados, me sentí ultrajada, vituperada y abatida.
Uno de ellos, tico, se refirió al órgano sexual femenino como “mico”, y aunque rime este párrafo, ese comentario me pareció insultante. Cuando le cuestioné el porque se expresaba de tal forma, me recitó una retahíla de sinónimos para la palabra vagina, que francamente no vale la pena repetir.
Cuando le dije que porque no decía vagina, tanto él, como otro par, una de esas personas mujer, me saltaron encima para decirme que se oía feo, que era mala palabra y que así no se decía. La discusión derivo en broma, al menos para ellos, que después de esto utilizaron mi vocabulario como burla, diciendo que yo coiteo en lugar de coger y que mis pláticas intimas han de ser tan políticamente correctas que seguramente logran desvanecer el libido del tipo más fogoso.
El resto de la noche, utilizaron toda la comida existente para hacer gala de su extendido y mal utilizado vocabulario, haciendo siempre comentarios, para ellos graciosos, sobre la vagina.
Terminada la reunión, me sentí estúpida, por discutir con ellos, por seguirles el juego al querer que cambiaran de opinión y más aún me sentí avergonzada de que personas de mi edad y supuestamente educadas tengan conceptos tan pobres y errados de la sexualidad y peor aún que se avergüencen de llamar a las cosas por su nombre.
Eso me hizo recordar, cuando se estrenó en Guatemala Los Monólogos de la Vagina, y de como no me aceptaron la nota en un periódico porque decía varias veces: vagina.
Luego de esto me puse a pensar en cuáles son los sinónimos de rodilla, de codo, de dedos, y no encontré, sin embargo, cuando nos referimos a los partes genitales del cuerpo, sean del hombre o de la mujer, estos abundan y son objeto de morbo, de sonrojo, de risas estupiditas y de bromas chuscas.
Y la verdad es que luego de pensar en eso, de lamentarme por no tener argumentos más explícitos para llamar a las cosas por su nombre, me puse a pensar en que al final de cuentas estas actitudes son tan sólo el resultado de nuestra cultura y de nuestra pésima educación.
No nos enseñan que tenemos vagina, sino cosita y no se les dice a los niños que orinan por el pene, sino por la palomita. Escondemos lo que nos produce terror, vemos pecado hasta en el nombre de las cosas y extendemos nuestros miedos, morbos y complejos hasta reírnos, que mejor excusa que esa cuando no se tiene opinión.
Hasta la computadora me resultó absurdamente moralista y tonta, ya que cada vez que escribo vagina, me la marca como error.
Es tan difícil llamar a las cosas por su nombre; yo tengo cabeza, tengo corazón, manos, pies y vagina, al pan, pan y al vino, vino.
La Hora, 16 de marzo de 2005.
Uno de ellos, tico, se refirió al órgano sexual femenino como “mico”, y aunque rime este párrafo, ese comentario me pareció insultante. Cuando le cuestioné el porque se expresaba de tal forma, me recitó una retahíla de sinónimos para la palabra vagina, que francamente no vale la pena repetir.
Cuando le dije que porque no decía vagina, tanto él, como otro par, una de esas personas mujer, me saltaron encima para decirme que se oía feo, que era mala palabra y que así no se decía. La discusión derivo en broma, al menos para ellos, que después de esto utilizaron mi vocabulario como burla, diciendo que yo coiteo en lugar de coger y que mis pláticas intimas han de ser tan políticamente correctas que seguramente logran desvanecer el libido del tipo más fogoso.
El resto de la noche, utilizaron toda la comida existente para hacer gala de su extendido y mal utilizado vocabulario, haciendo siempre comentarios, para ellos graciosos, sobre la vagina.
Terminada la reunión, me sentí estúpida, por discutir con ellos, por seguirles el juego al querer que cambiaran de opinión y más aún me sentí avergonzada de que personas de mi edad y supuestamente educadas tengan conceptos tan pobres y errados de la sexualidad y peor aún que se avergüencen de llamar a las cosas por su nombre.
Eso me hizo recordar, cuando se estrenó en Guatemala Los Monólogos de la Vagina, y de como no me aceptaron la nota en un periódico porque decía varias veces: vagina.
Luego de esto me puse a pensar en cuáles son los sinónimos de rodilla, de codo, de dedos, y no encontré, sin embargo, cuando nos referimos a los partes genitales del cuerpo, sean del hombre o de la mujer, estos abundan y son objeto de morbo, de sonrojo, de risas estupiditas y de bromas chuscas.
Y la verdad es que luego de pensar en eso, de lamentarme por no tener argumentos más explícitos para llamar a las cosas por su nombre, me puse a pensar en que al final de cuentas estas actitudes son tan sólo el resultado de nuestra cultura y de nuestra pésima educación.
No nos enseñan que tenemos vagina, sino cosita y no se les dice a los niños que orinan por el pene, sino por la palomita. Escondemos lo que nos produce terror, vemos pecado hasta en el nombre de las cosas y extendemos nuestros miedos, morbos y complejos hasta reírnos, que mejor excusa que esa cuando no se tiene opinión.
Hasta la computadora me resultó absurdamente moralista y tonta, ya que cada vez que escribo vagina, me la marca como error.
Es tan difícil llamar a las cosas por su nombre; yo tengo cabeza, tengo corazón, manos, pies y vagina, al pan, pan y al vino, vino.
La Hora, 16 de marzo de 2005.
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