Informe de país

Inició el año, el azul del cielo luce impecable, brillante, demasiado para lo que cubre en ciertas áreas de la ciudad. Se impone sobre construcciones de block y lámina, grafitis descoloridos, callejones que se pierden en un remolino de viviendas cuyas paredes arremeten contra quienes las habitan, espacios mínimos en donde los sonidos se confunden, los olores se traspasan y en donde el color de los tendederos que danzan dirigidos por una vara desquebrajada, dan encanto y esperanza a una Guatemala que muchos desconocen, temen y por lo que no apostarían ni diez centavos. El viento sopla suave y trae consigo un polvillo persistente que ha enrojecido mis ojos. La gente camina apresurada y entre silbidos, rancheras que el olvido había guardado y una que otra carcajada, se acercan los camiones que transportan lo que hemos desechado. Hombres y mujeres, niños también, algunos cubiertos otros no tanto, se apresuran a buscar lo que visiblemente es rescatable. Muebles maltrechos, colchonetas manchadas, de orín supongo, trastes, una muñeca fea como la de Cri Cri. Se escurren entre las estrechas calles con su carga a cuestas. Los camiones siguen su curso, el mismo que marcan los zopilotes. Lustrosos, carroñeros, con el pico dirigido y la mirada aguda. Sigo tras de ellos: los camiones y las aves. Me gusta decirles así, eso son al fin de cuentas. El olor no está fuerte, eso dicen, a mí me ha penetrado hasta sentirlo fluir en mi saliva, en mi sudor, pero no en mis lágrimas. Quizá sea el polvo, tal vez es que entiendo todo lo que veo. No es cierto, no puedo comprender lo que mis ojos observan. Lo sé, lo sabía, he leído al respecto. Pero este año me choca. Me irrita el reflejo de las ventanas de un hotel en la Roosevelt, lejos de la podredumbre que embolsamos varios días a la semana y enviamos a ese rincón en el cual un mundo completo gira, se ordena, recicla, transforma, vende, compra, come, digiere y vacía de nuevo proyectando con ello nuestra realidad. Eso somos todos, el relleno no es más que un resumen. Un resumen escatológico de una zona viva vibrante, de un centro histórico “recuperado”, de paredes de ladrillo cubiertas por hiedra que protegen espacios seguros, lugares de olvido, fábricas de bazofia que alimenta lo que no vemos, lo que no nos gusta, lo que no mostramos en los informes de Gobierno, lo que no se beneficia de los impuestos que pagamos, lo que no resuelve una comuna de retoque. Camino quizá entre lo que descarté, una luz, un pedazo de espejo, tal vez una lata me remite al cielo, está azul, maravilloso, nítido, desafiante, igual para ellos con las uñas llenas de mugre, para mí, turista de la palabra y para usted ajeno a lo que no le afecta, a lo que no le importa, a lo que está leyendo y olvidando al pasar la hoja. La Hora - Ene 7, 2017

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