Ojo por ojo
El salvajismo no diferencia clases sociales, “educación”, ni “valores”. La sangre fluye, la cólera se posesiona de cuerpos y mentes y los insultos, los golpes y la rabia se manifiestan en un espectáculo con nuevos protagonistas lanzados al imaginario social gracias a las maravillosas cámaras de los celulares y por supuesto la web.
Y es así como hartos de un sistema de justicia inexistente estos personajes toman justicia por sus propias manos, siguiendo la Ley del Taleón, que el Nuevo Testamento caducó, y emulando actitudes que en otros espacios calificarían de shumas, vulgares e indignantes.
Así las cosas, ladrones vapuleados, jóvenes estudiantes delinquiendo en “defensa propia”, videos en youtube, notas de prensa amarillista, silencios, aplausos, vergüenza, conmiseración ajena y, entre todo, un niño lastimado auxiliado por los bomberos.
Y es que todos y todas estamos hartos de tanta violencia, si no la percibimos al pasar las páginas de los periódicos, un 90 por ciento de la población la hemos vivido en carne propia. Estamos cansados además de la impunidad que reina en el país y supongo que estamos consientes de la ausencia de centros de rehabilitación y programas de reinserción, que permitan enmendar el camino de quienes delinquen, es decir, se captura a un ladrón incluso con las manos en la masa y al otro día sale libre, dispuesto a vengarse o bien se gradúa con honores en la escuela del crimen.
Supongo también que estamos consientes de la pobreza que se vive en el país, que no justifica pero que orilla hasta cierto punto a muchos a violar las leyes, aunque bueno, poniéndolo así se amplía el panorama, el estrato social, lo motivos. Es decir, se quebranta la ley no sólo por necesidad, ignorancia y desesperación, he ahí Portillo, aunque en este tipo de casos casi nunca hay manifestaciones sociales que evidencien tanta ira e irrespeto por la vida.
A riesgo de parecer abogada de causas perdidas, he de decir que el irrespeto viene también por supuesto de parte de quien despoja a otra persona de sus pertenencias, incluso de la vida, pero ese no es el punto.
El tema es que la violencia genera más violencia, y aunque trillada la frase es cierta. La semana pasada universitarios lincharon a unos ladrones, mañana podrán confundirse guiados por los estereotipos, con quien lava los carros o lustre los zapatos, o alegarán defensa propia cuando manifiesten su cólera hacia alguien que, molesto por alguna broma pesada, clasista o racista, les responda.
Quienes vivimos en un mundo privilegiado, porque al final de cuentas lo es, muchas veces nos cerramos a la realidad, señalamos a quienes sentimos vulnerables y nos aporreamos el pecho avalados por nuestra “cultura” adquirida a cambio de pagos en colegios, universidades y shoppings y luego cualquier arrebato, cualquier acto soberbio, cualquier error, lo justificamos con la cancioncita del hartazgo, la propiedad privada y el sentar un precedente.
La Hora, 28 de enero de 2010.
Y es así como hartos de un sistema de justicia inexistente estos personajes toman justicia por sus propias manos, siguiendo la Ley del Taleón, que el Nuevo Testamento caducó, y emulando actitudes que en otros espacios calificarían de shumas, vulgares e indignantes.
Así las cosas, ladrones vapuleados, jóvenes estudiantes delinquiendo en “defensa propia”, videos en youtube, notas de prensa amarillista, silencios, aplausos, vergüenza, conmiseración ajena y, entre todo, un niño lastimado auxiliado por los bomberos.
Y es que todos y todas estamos hartos de tanta violencia, si no la percibimos al pasar las páginas de los periódicos, un 90 por ciento de la población la hemos vivido en carne propia. Estamos cansados además de la impunidad que reina en el país y supongo que estamos consientes de la ausencia de centros de rehabilitación y programas de reinserción, que permitan enmendar el camino de quienes delinquen, es decir, se captura a un ladrón incluso con las manos en la masa y al otro día sale libre, dispuesto a vengarse o bien se gradúa con honores en la escuela del crimen.
Supongo también que estamos consientes de la pobreza que se vive en el país, que no justifica pero que orilla hasta cierto punto a muchos a violar las leyes, aunque bueno, poniéndolo así se amplía el panorama, el estrato social, lo motivos. Es decir, se quebranta la ley no sólo por necesidad, ignorancia y desesperación, he ahí Portillo, aunque en este tipo de casos casi nunca hay manifestaciones sociales que evidencien tanta ira e irrespeto por la vida.
A riesgo de parecer abogada de causas perdidas, he de decir que el irrespeto viene también por supuesto de parte de quien despoja a otra persona de sus pertenencias, incluso de la vida, pero ese no es el punto.
El tema es que la violencia genera más violencia, y aunque trillada la frase es cierta. La semana pasada universitarios lincharon a unos ladrones, mañana podrán confundirse guiados por los estereotipos, con quien lava los carros o lustre los zapatos, o alegarán defensa propia cuando manifiesten su cólera hacia alguien que, molesto por alguna broma pesada, clasista o racista, les responda.
Quienes vivimos en un mundo privilegiado, porque al final de cuentas lo es, muchas veces nos cerramos a la realidad, señalamos a quienes sentimos vulnerables y nos aporreamos el pecho avalados por nuestra “cultura” adquirida a cambio de pagos en colegios, universidades y shoppings y luego cualquier arrebato, cualquier acto soberbio, cualquier error, lo justificamos con la cancioncita del hartazgo, la propiedad privada y el sentar un precedente.
La Hora, 28 de enero de 2010.
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