Visitante reincidente
Más que el mostrador perfecto para ofrecer Marcos, Ramonas, Estheres, Omares, Moiseses y cualquier artículo que evoque la lucha zapatista, San Cristóbal de las Casas en Chiapas, México, es un espacio latente, con vida propia, que nada tiene que ver con la guerra y sus derivados, calles adoquinadas sobre una geografía que me recuerda Xela, vestida de construcciones que evocan la Antigua, con efectos sonoros de marimbas al ocaso en el parque, “orales, ahí te ves compadre, pinches y llévate uno amiguita”….
Sus calles saturadas de seres humanos, se complementan en cada esquina con ventas de esquites y elotes locos, sus cafeterías, fondas y restaurantes, bastante económicos por cierto, tienen sabor a picante, y ofrecen a quien caiga en la tentación una probadita de esa inmensurable y exquisita gastronomía mexicana.
Sus bares, que son parte importante de un complejo turístico fascinante, como el Bar Revolución, embriagan con música en vivo y tequila, y por supuesto una gran variedad de cervezas y tragos combinados con mezcal y el semen del agave que provoca locura, de la buena, de la no tan buena y de la necesaria.
Sus coloridas iglesias a ras del suelo y encumbradas, sus mercados y plazas llenos de ámbar, plata, tecomates pintados y muñecos de trapo se prestan para el regateo, el cual disfrutamos más por supuesto, los vecinos del sur, duchos en esta tarea, tradición y requerimiento de la sobrevivencia.
Sus paredes, vivas, parlantes, alucinantes, grafiteadas, selladas, marcadas con protestas, con rebeldes emociones, con sentimientos, con arte, con recuerdos, son lo que para mí resulta más impresionante.
Su gente, amable, sencilla, luchona y de pronto transera, porqué no, es su mayor riqueza, no necesitan mercadearse, ni ser iconos revolucionarios, aunque bien que viven cada día una revuelta, por vivir, por comer, por ser y estar.
San Cristóbal de las Casas es eso, es un recuerdo en mi infancia y otros tantos recientes, es un lugar que abraza, que seduce, que me encanta, al que ya quiero volver otra vez.
La Hora 9 de agosto de 2007.
Sus calles saturadas de seres humanos, se complementan en cada esquina con ventas de esquites y elotes locos, sus cafeterías, fondas y restaurantes, bastante económicos por cierto, tienen sabor a picante, y ofrecen a quien caiga en la tentación una probadita de esa inmensurable y exquisita gastronomía mexicana.
Sus bares, que son parte importante de un complejo turístico fascinante, como el Bar Revolución, embriagan con música en vivo y tequila, y por supuesto una gran variedad de cervezas y tragos combinados con mezcal y el semen del agave que provoca locura, de la buena, de la no tan buena y de la necesaria.
Sus coloridas iglesias a ras del suelo y encumbradas, sus mercados y plazas llenos de ámbar, plata, tecomates pintados y muñecos de trapo se prestan para el regateo, el cual disfrutamos más por supuesto, los vecinos del sur, duchos en esta tarea, tradición y requerimiento de la sobrevivencia.
Sus paredes, vivas, parlantes, alucinantes, grafiteadas, selladas, marcadas con protestas, con rebeldes emociones, con sentimientos, con arte, con recuerdos, son lo que para mí resulta más impresionante.
Su gente, amable, sencilla, luchona y de pronto transera, porqué no, es su mayor riqueza, no necesitan mercadearse, ni ser iconos revolucionarios, aunque bien que viven cada día una revuelta, por vivir, por comer, por ser y estar.
San Cristóbal de las Casas es eso, es un recuerdo en mi infancia y otros tantos recientes, es un lugar que abraza, que seduce, que me encanta, al que ya quiero volver otra vez.
La Hora 9 de agosto de 2007.
Comentarios
Siempre quise volver, igual que a Comitán de Domínguez.
Su texto me acerca más a mi meta...
Gracias.
http://picasaweb.google.com/pablomendezlima/ViajeAChiapas
para San Cristobal.