Escritos con sazón

Su mirada penetrante, esa sonrisa de satisfacción y la seguridad de sus palabras, dan por sentando que es una persona que sabe lo que quiere, y eso es escribir, jugar con el lenguaje, sumergirse en el mundo de las palabras y conectar unas con otras hasta formar textos estupendos como Sopa de caracol, su más reciente obra, en donde el ingenio, el coloquialismo y el reflejo de un ser humano perdido en el camino, atrapan al lector hasta llegar a la última página del libro. De esto y de lo que ha hecho a través de sus años de estudio y trabajo, platicamos con Arturo Arias en la comodidad de su casa en Guatemala.

¿A qué edad descubre su deseo de convertirse en escritor?

Desde niño pensé que iba a ser escritor. A los 8 ó 9 años ya escribía cuentos. Claro, no eran buenos porque eran cuentos de un niño de esa edad. Pero ya ese interés en escribir estaba presente y evolucionó a tal punto que decidí estudiar Letras en lugar de una carrera de mayores ventajas económicas. Aunque en ese sentido yo he tenido suerte.

¿Cuáles eran los temas que le llamaban la atención cuando era niño?

Historias fantásticas o de aventuras, como el Corsario Rojo y Negro. Libros de aventuras en los mares del sur, era un ejercicio de imaginación de un niño.

¿Y en la adolescencia?

Empecé a escribir más sobre experiencias que vivíamos los que éramos adolescentes a fines de los años 60, porque fue una época de transición en Guatemala. Nos íbamos a Amatitlán y hacíamos cosas que luego yo retrataba en mis cuentos.

¿Cuál era la literatura que le interesaba en ese tiempo?

Variada, obviamente tenía clases de literatura donde tenía que leer los textos clásicos, pero en aquel momento me interesaban lecturas más contemporáneas, que hablaran de nuestra época. Ahora hay una amplia variedad, pero a fines de los 60 no había tanta. Era una búsqueda de mi parte por encontrar textos que hablaran más de nuestro presente.

En ese momento ya se vivía el conflicto armado en el país, ¿era este un tema que le interesaba?

Más que interesarme, me afligía. Me preocupaba y no era un tema literario, sino una problemática de vida, que veía desde el punto de vista de un adolescente. No podíamos salir en la noche porque había toque de queda y eso generaba mucha inquietud. Causaba angustia ir descubriendo que no vivíamos en el mejor de los mundos, que había elementos que rompían esa infancia idílica que yo había tenido con mi familia. Fue sólo después, cuando ya empecé a escribir mis cuentos como adulto de 23 ó 24 años, que esos temas empezaron a salir.

¿Realizó sus estudios universitarios en el extranjero?

Sí, gané una beca y me fui a la universidad de Boston, y desde entonces me quedé estudiando afuera. Hice allá mi licenciatura y la maestría, luego me fui a hacer un doctorado a Francia.

¿Qué pasaba con usted al estar lejos de Guatemala, lo invadía la nostalgia?


Cuando me gané la beca estaba feliz de irme, pero sentía esa aprensión lógica de salir del país a los 18 años. Sin embargo, estaba excitado, dispuesto a irme a la aventura. Ya en Boston, en el primer invierno, caminando en la nieve empecé a tener nostalgia de Guatemala, de las montañas, de los volcanes, de las tortillas, de los frijoles y comencé a vivir esa especie de desgarramiento entre dos realidades. Me gustaban las dos y me preocupaban las dos. Porque al vivir allá uno empieza a desmitificarlo. Cuando uno está aquí, tiene la idea utópica de Estados Unidos tipo Disneylandia, pero cuando uno vive allá se da cuenta de que todos los países del mundo tienen lo bueno, lo malo y lo feo, y uno va descubriendo lo malo y lo feo. Al ir desmitificando esa realidad me venía esa nostalgia de Guatemala, cuando regresaba acá me sucedía al revés, entonces iba produciendo ese desgarramiento de querer estar en los dos sitios y en ninguno a la vez.

Sin embargo, sus libros cuentan mucho sobre Guatemala.

Sí, porque es mi identidad. Yo nunca dejaré de ser guatemalteco y escribo de todo lo que me obsesiona más, es importante, me llega más hondo, me llega más al corazón, me afecta más y eso es Guatemala. Entonces mis libros siempre tratarán de Guatemala.

¿Cree que su estilo ha cambiado con el paso de los años y conforme ha crecido como profesional?

Para mí escribir es un poco lo que entrenar es para un deportista, mientras más entrena uno y adquiere regularidad, mejor es su desarrollo y si uno no entrena diariamente decae el rendimiento. La literatura es igual, uno tiene que trabajarla todo el tiempo, lo que pasa es que como no es con el cuerpo, sino con la mente, el proceso temporal es diferente. Creo que la mayor parte de los escritores llegan a su mejor momento por la cuarentena, después de muchos años de experiencia, de muchas lecturas y mucha adquisición de conocimiento y práctica de la escritura. Pensemos que no es accidente que a viejitos sea siempre a los que les den el premio Nobel. Si ha habido una evolución en mi estilo, en mi manera de ver el mundo, una mayor sofisticación, cada vez menos simplismo, cada vez matizando la realidad de las personas que describen los libros, de la condición humana, cada vez más gris, menos negra y blanca, más compleja, menos optimista aunque sin perder la alegría de vivir, una especie de pesimismo alegre que ha ido surgiendo conforme me voy dando cuenta que en el mundo es muy difícil arreglar las cosas, y no sólo en Guatemala, sino en el mundo entero.

Cuando se presentó su libro, me llamó mucho la atención su actitud. No era la típica postura de “gracias por publicarme el libro”, al contrario, demostraba mucha seguridad y satisfacción.

Me siento en este instante en un momento de mucha altura en mi obra literaria y estoy convencido que uno tiene que proyectar, por decirlo de alguna manera, una imagen de ganador y certeza que uno tiene capacidad de triunfar en lo que sea que uno haga en la vida. Yo me siento seguro de la calidad de mi obra y aspiro a ser un gran escritor no sólo en Guatemala, sino en el mundo entero.

Rompe entonces con el dicho de que nadie es profeta en su tierra.

Yo diría que sí, porque me han tratado muy bien en Guatemala, y el día de la presentación del libro todos mis mundos estaban presentes, familia, compañeros de colegio, compañeros de la izquierda, compañeros literarios, y eso fue muy lindo.

Hablando de esos mundos, ¿cómo fue su mundo de la izquierda?

Fue un mundo que yo conocí de 1980 a 1984, en el momento de mayor algidez y de crisis de Guatemala. Entré con mucho idealismo y muchas ganas de hacer bien las cosas, con deseos de construir una mejor Guatemala, un país más justo, más democrático, una sociedad que se basara sobre principios y leyes. Lo que fui descubriendo es que tanto en la izquierda como en la derecha se cuecen habas.

¿A qué se refiere con eso?

Que había lucha por el poder, había manipulación de la información, había abusos. El desencanto que llevó a mi salida en enero de 1984 tuvo que ver con que si no íbamos a construir una sociedad mejor, era simplemente un comportamiento político más, entonces no tenía ningún sentido el riesgo y el esfuerzo que implicaba militar, porque al final era un sacrificio en el que uno arriesgaba hasta la vida misma y si no era para construir una sociedad que fuera radicalmente diferente, en el buen sentido de la palabra, sino una alternativa política más, no valía realmente el esfuerzo.

Usted fue coguionista en la película El Norte, ¿cómo fue esa experiencia?

Cuando me habló Gregory Nava, que ahora ya es muy conocido, pero en aquel momento no lo era, él ya tenía el punteado de la película de principio a fin. Me pidió que colaborara con él para hacer la parte de Guatemala y el desarrollo de todos los personajes guatemaltecos a todo lo largo de la película, al igual que el escritor mexicano Heraclio Zepeda hizo las escenas de México. En ese momento no sabíamos que la película iba a tener el éxito que tuvo.

¿Cómo ve a su familia?

Yo he tenido la suerte de disfrutar una familia bastante buena, sin idealizar tampoco, pero en general ha sido una familia estable, con dos mujeres muy fuertes que son mi madre y mi tía. Ellas me dieron mucho apoyo, cariño y estimularon todo el aspecto artístico en mí desde que era niño.

¿Fue difícil publicar su primera novela?

No, publicar mi primera novela fue fácil, cuando terminé de escribirla mi tía me recomendó hablar con Alaide Foppa allá en México. Fui a verla y ella me llevó con Joaquín Díaz Cañedo, que en esa época era el editor y dueño de la editorial Joaquín Mortiz, la más fuerte en México. El y su sobrino Bernardo leyeron el manuscrito de "Después de las bombas" y les gustó. Un mes y medio después se firmó el contrato.

"Después de las bombas", junto con "Los compañeros" de Marco Antonio Flores y "Los demonios salvajes" de Mario Roberto Morales, están catalogas como las novelas que vinieron a cambiar el rumbo de la novela guatemalteca, que hasta ese entonces seguían un modelo asturiano. ¿Cómo se siente ser un escritor que rompe esquemas?

Me encanta que mi primera novela haya tenido impacto. Nosotros éramos adolescentes a fines de los años 60 y nos tocó vivir la revolución hippie, los Beatles, los Rolling Stones, ya era otra manera de ver la vida y todo eso entra en esas novelas. Fue como un corte muy marcado de lo que era el mundo de Asturias, que era ese mundo en La Parroquia, a un mundo de los 70 en que los jóvenes andaban metidos en cosas políticas y de cabello largo, cuando no se había novelado nada de lo que era la vida cotidiana guatemalteca desde los 40.

Sopa de caracol

“Me gusta sacarle sentido al lenguaje en todas sus maneras, la más evidente es jugar con las palabras de manera que suenen así: Golosamente glosando el glorificado guateque guaraposo, la glotis glotonamente haciendo glúglú mientras gritaba gregaria los graciosos, gráciles garabatos grasosos del glúteo como un glucómetro, glorifiqué mi cuerpo cada vez más glutinoso y gozoso gorgoteando gloriada glucosuria”.

"Lo otro es que las palabras también son signos, son dibujos de alguna manera aunque no logremos pensar en ellos así, cuando pensamos en los glifos mayas o la escritura china se nos hace más obvio, pero en la escritura latina lo pensamos menos, pero las palabras tienen formas y se puede jugar con ellas, y a mí me gusta mucho que proyecten algún sentido por su misma forma o por su misma manera de dibujarlas".

Publicado en la Revista Amiga de Prensa Libre, y realizada seguro en el año del caldo porque no me acuerdo.

Comentarios

Gracias por dármelo a conocer.

Saludos.

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