Semana Santa


Cada año la Semana Santa para mi era la época perfecta para quedarme en la cama viendo tele y comiendo, mis días para llorar con la crucifixión de Jesús, para recordar las historias de Moisés, Noé y Jacob y su falso brazo peludo, a David y Goliat, y para enternecerme con Marcelino Pan y Vino.

Días para sentir el olor a corozo que tanto detesto y el aserrín, sentir mi vista nublada por el incienso que se eleva al cielo antecediendo la procesión, mientras intentaba ver la imagen del anda que siempre era demasiada alta para mí. Días para ver a los cucuruchos del Santo Entierro en San Felipe, comprar granizadas, ver la persecución de Judas y las luces apagadas en La Antigua cuando se cruzan las procesiones de La Escuela de Cristo y San Felipe.

Días para comer bacalao, curtido y seviche, días de primos, de insolaciones, de pecas, de dolor de pies, de historias de miedo.

Pero con el tiempo todo cambia, sólo que quizá yo no lo había notado. La programación de la tele ya no pasa todas esas películas, quizá algunas, en cambio tenía la Pasión de Cristo, la única película que me inspira terror, y en vez de Marcelino y su sonrisa inocente, tenía la Mala Educación y a un cura asqueroso en la pantalla, tenía también historias bíblicas llenas de mentiras, ¿cómo no lo había pensado antes?, David mandando al frente de la guerra al esposo de la mujer que deseaba, Jacob recibiendo una bendición que no le correspondía y teniendo favoritismos con sus hijos.

En lugar de corozo abundó el pino y las piñas, melones y remolachas sustituyeron las figuras de aserrín húmedo, observé de cerca la procesión y ahora que alcanzó a ver, no como otros pero si lo suficiente, ya no sentí lo mismo. Los cucuruchos ya no robaron mi devoción, las granizadas las cambié por una cerveza preparada en un pick up. Ya no me emociona que corran a Judas, ni siquiera esperé a verlo, las luces a medias fueron las de un bar en donde vendían mojitos a Q25 pero sin sabor cubano.

La comida era como siempre, pero no me supo igual, tal vez porque me di cuenta de que ya no estaban todos y ese compartir sazonaba de alguna forma esos instantes. Las dos personas que motivaban esas idas a La Antigua ya no existen y los primos y hermanos tienen otros intereses y otras opciones en esos días.

Lo único que perduró fue el dolor de pies, la terrible insolación que provocó más pecas y una extraña amargura o quizá tristeza porque ya no soy la niña que sostenían del brazo para que no se perdiera, porque ya no me llevan un sueter para no pasar frío en la noche, porque ya no están las personas que quisiera abrazar, porque ya no me ilusionan las cosas como antes, porque ya no creo, porque la realidad superó mi infancia, los años apagaron mis sueños, borraron mi fe y me dejaron sola.

Comentarios

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