1 de octubre
Solía esperar el sonido de la olla de presión o el olor de frijoles recién cocidos para entrar corriendo a la casa, prender la tele y ver El Chavo. Las tareas ya estaban concluidas, había optimizado mis habilidades motrices jugando liga y lo único pendiente era ese encuentro secreto con un cuaderno rosado que unía tapa y contratapa con un diminuto candado.
La cena llevaba conversaciones de rutina, con algunas historias recicladas del almuerzo: lo tardé que llegó el bus ese día, lo difícil que resultaban los quebrados o la típica escena de reclamo por la espantosa refacción que había encontrado en la lonchera esa mañana, no más bananos por favor que se ponen negros…..
Las mañanas transcurrían entre sujetos, predicados, ríos, volcanes y versículos de la biblia, hasta que la campana que luego se transformó en timbre me transportaba al maravilloso espacio del matado, un juego sin pistolas ni evocaciones de notas periodísticas.
Encontrarme con mi hermano mayor en el bus era el momento en el que mi deseo de ser mayor se acrecentaba, por qué el podía ir atrás, por qué me ignoraba, conforme sus amigos descendían del viejo vehículo amarillo, su actitud cambiaba, hasta que ya casi llegando a nuestro destino se dignaba a mirarme e incluso me permitía acompañarlo en ese último sillón privilegio de los grandes.
Los fines de semana eran días de primos, de jugar al Pelón, de tomar coca cola, de dormirse tarde o acampar en la cama de mis papás comiendo manzanas con limón o naranjas con pepita mientras mirábamos tele.
En los cumpleaños siempre había pasteles, velitas y regalos, para navidad Santa Claus no nos engañaba, pero mi papá nos complacía con lo requerido y merecido además, como el decía.
Pitufina salía de mi cuarto todas las noches por si era diabólica, mi hermano menor era la mejor solución a mis miedos nocturnos, mi cabeza nada más dolía cuando mi mamá me peinaba y mi abuelo me trasportaba cada tanto al circo o al zoológico.
El sueño era profundo y apacible, las madrugadas pese a la pereza me invitaban a ver a mis amigas y compartir secretos, la noche de brujas era un día en el que la imaginación hacía de la casa un taller de costura y maquillaje.
Reía, creía y esperaba. Aquel día del niño curiosamente como hoy, la perinola me dijo: toma todo, y por eso me río, creo y espero, mientras mis manos se pierden entre fotografías en el carrusel, los caballitos de las Américas y Nicaragua.
La Hora, 1 de octubre de 2009.
La cena llevaba conversaciones de rutina, con algunas historias recicladas del almuerzo: lo tardé que llegó el bus ese día, lo difícil que resultaban los quebrados o la típica escena de reclamo por la espantosa refacción que había encontrado en la lonchera esa mañana, no más bananos por favor que se ponen negros…..
Las mañanas transcurrían entre sujetos, predicados, ríos, volcanes y versículos de la biblia, hasta que la campana que luego se transformó en timbre me transportaba al maravilloso espacio del matado, un juego sin pistolas ni evocaciones de notas periodísticas.
Encontrarme con mi hermano mayor en el bus era el momento en el que mi deseo de ser mayor se acrecentaba, por qué el podía ir atrás, por qué me ignoraba, conforme sus amigos descendían del viejo vehículo amarillo, su actitud cambiaba, hasta que ya casi llegando a nuestro destino se dignaba a mirarme e incluso me permitía acompañarlo en ese último sillón privilegio de los grandes.
Los fines de semana eran días de primos, de jugar al Pelón, de tomar coca cola, de dormirse tarde o acampar en la cama de mis papás comiendo manzanas con limón o naranjas con pepita mientras mirábamos tele.
En los cumpleaños siempre había pasteles, velitas y regalos, para navidad Santa Claus no nos engañaba, pero mi papá nos complacía con lo requerido y merecido además, como el decía.
Pitufina salía de mi cuarto todas las noches por si era diabólica, mi hermano menor era la mejor solución a mis miedos nocturnos, mi cabeza nada más dolía cuando mi mamá me peinaba y mi abuelo me trasportaba cada tanto al circo o al zoológico.
El sueño era profundo y apacible, las madrugadas pese a la pereza me invitaban a ver a mis amigas y compartir secretos, la noche de brujas era un día en el que la imaginación hacía de la casa un taller de costura y maquillaje.
Reía, creía y esperaba. Aquel día del niño curiosamente como hoy, la perinola me dijo: toma todo, y por eso me río, creo y espero, mientras mis manos se pierden entre fotografías en el carrusel, los caballitos de las Américas y Nicaragua.
La Hora, 1 de octubre de 2009.
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