Indignación
Formo parte de una generación desencantada, de una prole harta de tanta violencia, pobreza, miedo y represión, de una generación que paga por cómodas mensualidades su educación, su salud y su vivienda, cuando bien le va, y que vive en buena parte con la esperanza de que quizá algún día, tal vez… la situación cambie y surjan posibilidades para una vida mejor.
Algunos de estos desencantados se han fugado con el arte, otros lo han hecho a través de la ejecución de proyectos, de empresas, del trabajo social en las comunidades, y otros a través de la expresión de sus ideas, como yo.
Pero el desencanto perdura, nadie cree, y cuando creemos, esperamos, dejamos volar los sueños y esperanzas confiados, ya no tanto, en que los ideales resurjan como el Fénix y se eleven para hacer esos sueños realidad.
Cuando hablamos de política lo hacemos sin conocimiento de causa y con desprecio: las malas personas, la ambición y el mal uso del poder nos ha llevado a eso, a pensar que no tenemos nada que hacer ahí.
De esta generación desencantada un par de amigos me ha dejado pensando en que se puede hacer mucho si además de proponer actuamos. De esta generación tan sólo algunos se han atrevido a lanzarse a la arena política con todas sus buenas ideas, sus sueños y sacrificios, con valentía y compromiso.
Históricamente, en Guatemala, la violencia ha mermado el desarrollo y cercenado los ideales. La bajeza de quienes irrumpen en la vida de soñadores, de personas honorables, como José Carlos Marroquín, es execrable.
Quizá sea el momento de dejar de esperar a que sean otros los que cambien las cosas, de dejar de ser espectadores del doloroso panorama chapín; tal vez es el momento de encantarnos y de comprometernos para empezar a construir.
La impotencia, la rabia y la tristeza que nos provocan hechos como este deben darnos la fuerza que necesitamos para impulsar el sueño, hacerlo realidad y así, tal vez, devolver a la política la dignidad que le han quitado quienes se valen de ella sólo para beneficio personal, no podemos ni debemos dejarle todo el trabajo sólo a algunos.
La Hora, 22 de noviembre de 2006
Algunos de estos desencantados se han fugado con el arte, otros lo han hecho a través de la ejecución de proyectos, de empresas, del trabajo social en las comunidades, y otros a través de la expresión de sus ideas, como yo.
Pero el desencanto perdura, nadie cree, y cuando creemos, esperamos, dejamos volar los sueños y esperanzas confiados, ya no tanto, en que los ideales resurjan como el Fénix y se eleven para hacer esos sueños realidad.
Cuando hablamos de política lo hacemos sin conocimiento de causa y con desprecio: las malas personas, la ambición y el mal uso del poder nos ha llevado a eso, a pensar que no tenemos nada que hacer ahí.
De esta generación desencantada un par de amigos me ha dejado pensando en que se puede hacer mucho si además de proponer actuamos. De esta generación tan sólo algunos se han atrevido a lanzarse a la arena política con todas sus buenas ideas, sus sueños y sacrificios, con valentía y compromiso.
Históricamente, en Guatemala, la violencia ha mermado el desarrollo y cercenado los ideales. La bajeza de quienes irrumpen en la vida de soñadores, de personas honorables, como José Carlos Marroquín, es execrable.
Quizá sea el momento de dejar de esperar a que sean otros los que cambien las cosas, de dejar de ser espectadores del doloroso panorama chapín; tal vez es el momento de encantarnos y de comprometernos para empezar a construir.
La impotencia, la rabia y la tristeza que nos provocan hechos como este deben darnos la fuerza que necesitamos para impulsar el sueño, hacerlo realidad y así, tal vez, devolver a la política la dignidad que le han quitado quienes se valen de ella sólo para beneficio personal, no podemos ni debemos dejarle todo el trabajo sólo a algunos.
La Hora, 22 de noviembre de 2006
Comentarios
Pero me preocupa, aunque no me sorprenda que, otra vez, volvamos a los horrores de una campaña política que descansa en la violencia. Carl von Clausewitz definió a la guerra como una extensión de la Política, y Luis XIV grabó el lema "Utima Ratio Regum -la última razón de los reyes" en sus cañones. Pero nosotros, ni vivimos en el siglo XVIII, ni en el XVII. Este es el siglo XXI, por favor, ya es hora de aprender a respetar y de aprender a convivir en ese tal Estado de Derecho, por trillado y caduco que el concepto nos suene, a pesar de no haberlo hecho realidad hasta la fecha.
vos talvez
En efecto, es la generación del desencanto, pero claro está siempre hay sus excepciones. Y son esas, precisamente las que logran los cambios, quizá la política asuste, porque bueno ahí hay mucha, muchísima tela que cortar, pero el llamado al final de tu artículo me parece oportuno. Que tus sueños, que son tantos se realicen, entre ellos, me imagino ese cambio de actitud, que se encanten estos patojos y patojas como bien decís tu.
Saludos.