Día del Periodista

Por el día del periodista reproduzco en este espacio el editorial del Vespertino La Hora del 30 de noviembre, con el cual coincido totalmente.

El día que tuviéramos que celebrar el Día del Periodista en medio de agasajos y el beneplácito de quienes detentan el poder, seguramente sería la fecha en la que se debería reconocer que el gremio, en su conjunto, ha claudicado y que dejó de cumplir con su función. Y no es que la misión del periodista sea criticarlos, sino simplemente que es un hecho comprobado que la simple publicación de los sucesos como son y no como los ven los funcionarios, genera un malestar profundo y resentimiento que se manifiesta de muchas maneras.



Cuando los políticos están en la llanura, los periodistas son sus mejores amigos y les buscan con afán para que den cobertura a los actos. Lo que en esas circunstancias se publica y que molesta a los de turno, es aplaudido por los de la llanura que alaban la "objetividad, imparcialidad y profesionalismo" de la prensa que no se vende. Pero todos, sin ninguna excepción, cuando llegan al poder, cambian radicalmente su enfoque y empiezan a ver en todas las publicaciones mala intención, ganas de fregar y animadversión de la prensa.

Es este un buen día para reflexionar sobre nuestra profesión y ese fenómeno que se repite cada vez que alguien asume el poder porque se trata de una constante propia, indudablemente, de la naturaleza humana. Aquellos políticos que aplaudían la forma en que la prensa divulgaba los hechos de corrupción en gobiernos anteriores, al llegar al poder sienten que las publicaciones son de mala leche, respondiendo a perversas intenciones sin acordarse de cómo ellos celebraban y aplaudían idénticas noticias y enfoques cuando eran otros los que gobernaban.

Los peores en todo esto son los mismos periodistas que, nombrados para un cargo público y al servicio de los gobernantes, no sólo despotrican contra sus antiguos colegas, sino que traicionan sus pasadas convicciones. Del político uno sabe que vendrá esa metamorfosis porque cuando se acostumbran a la frase lambiscona que les elogia hasta los defectos, no pueden entender cómo alguien ose criticarlos. Aparte son esos "periodistas" que pasan a mamar de la ubre del Estado y se convierten en los censores de la prensa, especialmente con el control de las pautas publicitarias, quienes sepa Dios cómo celebrarán este día a sabiendas de que tienen que armarse a como dé lugar porque su comportamiento les aleja de la profesión que antaño ejercieron.

Un año más, de los muchos dedicados a este oficio, nos permite afirmar que nada hay nuevo bajo el sol. Sufrimos los mismos resquemores de antaño y vivimos con las mismas satisfacciones de siempre. Los que hoy están y se sienten poderosos, tarde o temprano bajarán del zapotal y, aunque millonarios, dejarán de ser lo que son mientras el odiado periodista estará siempre allí.

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