Festival de Cultura en Guatemala (de mis memorias)
(Nota del editor: durante 15 días del mes de agosto los guatemaltecos celebraron las diferentes manifestaciones de su cultura en un festival realizado en el centro histórico de la ciudad. La periodista Claudia Navas Dangel nos brinda hoy esta amable crónica sobre el hecho).
Todo cumpleaños merece un festejo, y cuando la homenajeada es la ciudad, bien vale la pena echar la casa por la ventana, ¿o no?
Bueno, eso fue lo que pasó en estos últimos 15 días de agosto en la ciudad de Guatemala. La Virgen de la Asunción vio las iglesias repletas de velas y flores, y las calles de su valle se tiñeron de algarabía, música, danza, poesía y color.
Pero vayamos por partes. Para empezar se realizaron unos murales, muestra del talento plástico (en el buen sentido de la palabra) de algunos patojos, así láminas y paredes quedaron plasmadas de sentimientos y emociones encontradas, las cuales seguramente perdurarán hasta que el invierno azote con furia, o hasta que los candidatos a presidente decidan tapizar su sonrisa en ellos. (Estamos en campaña electoral).
Luego, la personificación de otros, o mejor dicho, el teatro, tomó las calles por sorpresa e invadió de carcajadas las ventanas y vitrinas de la sexta avenida. Así, entre marimbas (instrumento autóctono) y guitarras eléctricas, los parques distribuidos en esta zona aglutinaron a la mara (expresión que significa mucha gente) y al ritmo suave o pesado algunos danzaron y otros mosharon, pero siempre poniéndole un toque alegre a las actividades.
Y cuando hay música, siempre hay baile, sólo que en esta ocasión le llamaremos danza, y así iluminadas por veladoras y aromatizadas por incienso, las flamas de fuego disfrazadas de seres humanos giraron al compás de una música mística y ensombrecedora (fue lo mejor del festival). Nada que ver con los mimos, los cuales se abalanzaron por las calles con las caras pintadas de azul, color del cielo, del mar, de la bandera y robaron sonrisas y hasta carcajadas a más de un transeúnte.
La poesía contempló miradas pérdidas, personas ausentes y presentes no más para que los miren, pero llegó, tal vez no ha muchos, pero acuchilló a la mentira, a la ignorancia y la prepotencia. Se liberó, hizo el amor con la cordura y explotó en malas palabras, expresiones escatológicas y violencia acumulada. Gritó, gritó desde las alcantarillas, por las calles, las fuentes y desde el aire. Se tambaleó y vio pasar a la gente escandalosa, morbosa y sedienta y luego bajó y dejó escrito su nombre en la figura de una patoja. Fue lo más representativo, a mi gusto y pobre criterio.
Después el mismo centro calmó el apetito del melindroso y se extendió en platillos típicos y bebidas alcoholizadas. Retumbó, y alebrestó a las masas (esto suena), minó las ganas de gritar y excederse y después cesó el barullo, se acabó la festividad. De nuevo el centro se cubrió de smog, caras serias y compungidas que caminan rumbo al trabajo y guardó en las catacumbas de la catedral el eco artístico. Reposará otro año, ojalá que sólo un año.
Letralia, Tierra de Letras, Edición No. 77 6 de septiembre de 1999, Cagua, Venezuela
Todo cumpleaños merece un festejo, y cuando la homenajeada es la ciudad, bien vale la pena echar la casa por la ventana, ¿o no?
Bueno, eso fue lo que pasó en estos últimos 15 días de agosto en la ciudad de Guatemala. La Virgen de la Asunción vio las iglesias repletas de velas y flores, y las calles de su valle se tiñeron de algarabía, música, danza, poesía y color.
Pero vayamos por partes. Para empezar se realizaron unos murales, muestra del talento plástico (en el buen sentido de la palabra) de algunos patojos, así láminas y paredes quedaron plasmadas de sentimientos y emociones encontradas, las cuales seguramente perdurarán hasta que el invierno azote con furia, o hasta que los candidatos a presidente decidan tapizar su sonrisa en ellos. (Estamos en campaña electoral).
Luego, la personificación de otros, o mejor dicho, el teatro, tomó las calles por sorpresa e invadió de carcajadas las ventanas y vitrinas de la sexta avenida. Así, entre marimbas (instrumento autóctono) y guitarras eléctricas, los parques distribuidos en esta zona aglutinaron a la mara (expresión que significa mucha gente) y al ritmo suave o pesado algunos danzaron y otros mosharon, pero siempre poniéndole un toque alegre a las actividades.
Y cuando hay música, siempre hay baile, sólo que en esta ocasión le llamaremos danza, y así iluminadas por veladoras y aromatizadas por incienso, las flamas de fuego disfrazadas de seres humanos giraron al compás de una música mística y ensombrecedora (fue lo mejor del festival). Nada que ver con los mimos, los cuales se abalanzaron por las calles con las caras pintadas de azul, color del cielo, del mar, de la bandera y robaron sonrisas y hasta carcajadas a más de un transeúnte.
La poesía contempló miradas pérdidas, personas ausentes y presentes no más para que los miren, pero llegó, tal vez no ha muchos, pero acuchilló a la mentira, a la ignorancia y la prepotencia. Se liberó, hizo el amor con la cordura y explotó en malas palabras, expresiones escatológicas y violencia acumulada. Gritó, gritó desde las alcantarillas, por las calles, las fuentes y desde el aire. Se tambaleó y vio pasar a la gente escandalosa, morbosa y sedienta y luego bajó y dejó escrito su nombre en la figura de una patoja. Fue lo más representativo, a mi gusto y pobre criterio.
Después el mismo centro calmó el apetito del melindroso y se extendió en platillos típicos y bebidas alcoholizadas. Retumbó, y alebrestó a las masas (esto suena), minó las ganas de gritar y excederse y después cesó el barullo, se acabó la festividad. De nuevo el centro se cubrió de smog, caras serias y compungidas que caminan rumbo al trabajo y guardó en las catacumbas de la catedral el eco artístico. Reposará otro año, ojalá que sólo un año.
Letralia, Tierra de Letras, Edición No. 77 6 de septiembre de 1999, Cagua, Venezuela
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