El carro amarillo (de Puntos Suspensivos)


Siempre he sido de esas personas supersticiosas, de esas que creen que si encuentro una moneda tendré suerte, que si paso bajo una escalera la pierdo o que si me cuelo entre dos personas se las robo. Pero cada día al bajar del bus lo miraba y pensaba en él ¿por qué?, no lo sé, quizá nunca acabaré de comprenderlo. No era un carro ni bonito, ni nuevo, ni con nada especial, era simplemente un carro amarillo.

Con el correr de los años conocí a alguien que tenía un carro amarillo y sin saber por qué retrocedí a mis años de escuela y volvió a mi mente aquel automóvil estacionado cerca de la parada del bus. Sin embargo, pese a que traté de averiguar en la mirada del dueño del carro si existía algún vínculo por aquello de la idea fija en mi mente, sus ojos no me tradujeron mayor cosa y su carro amarillo se fue al ritmo que su viejo motor lo permitía.

Transcurrió el tiempo y vi pasar las hojas del calendario irremediablemente. De repente, sin que ni para que, otro carro amarillo se estacionó frente a mi casa y pensé que quizá, ahí encontraría la respuesta a mi obsesiva costumbre de buscar aquel carro parqueado cerca de la parada del bus. Pero nuevamente, luego de un análisis de actitudes, me di cuenta de que ese auto amarillo fijado en mi memoria no tenía ninguna relación con el ir y venir de mis pasos.

Olvide aquella historia, cerré por completo un cuestionamiento más en mi vida sin respuestas y decidí admirar las motos, los aviones y de vez en cuando los buses de colegio, tal vez por el color amarillo.

Y así como suele suceder y a veces pasa, otro carro amarillo apareció en mi vida. Podía verlo siempre desde mi camino, y todos los días al empezar a descender esa cuesta en la 24 calle, esperaba verlo ahí, estacionado en esa torre, justo en la esquina. Con los días, empecé a conocerlo y explorarlo, su interior era confuso, se mezclaban en él un sin fin de artículos que intentaban delinear una personalidad que no llegaba a comprender, que nunca llegaré a comprender. Papeles, botellas vacías, kleenex, un llavero con la imagen del Ché, una loción, polvo, un poco de mota y una rosa seca en la guantera. Me fui adaptando a su interior y creí que su imagen externa de color amarillo también lo había hecho conmigo.

Empecé a comprender el por qué de mi fijación ante ese carro años atrás. Volví a creer de nuevo que todo tiene relación, el gallo canta porque el día asoma su luz por los bordes del cielo, la lluvia cae porque las nubes han bebido mucho, la sangre fluye porque la herida está abierta. Además dice el dicho que la tercera es la vencida y yo, que siempre he sido de esas personas supersticiosas, de esas que creen que si encuentra una moneda tendrá suerte...

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